Villaronga llevaba tiempo sin estrenar nada, siendo lo último que hizo un trabajo televisivo y el film colectivo «Aro Tolbukhin: En la mente del asesino». La espera ha merecido la pena, porque vuelve con la que es su mejor película, una desbordante adaptación de las novelas de Emili Teixidor «Retrat d'un assassí d'ocells» y «Pa negre». Demuestra una enorme capacidad de condensación para hilvanar una compleja historia de intrigas llena de personajes y situaciones, sin generar en ningún momento la más mínima confusión. A pesar de que impone a la narración un ritmo vivo que nunca decae, no hay atropellamiento alguno, gracias a que se sirve de planos cortos dotados de una unidad vigorosa. La contundencia de la planificación se refuerza con unas interpretaciones que desprenden verdadera furia. Sobresalen la de la niña Marina Comas, impresionante en su asilvestrada caracterización de mutilada de guerra, y la del también niño Francesc Colomer, el pequeño monstruo creado por los mayores con sus mentiras.

La presencia de Sergi Lopez no debe de hacer pensar en «El laberinto del fauno», ya que Villaronga no pretende hacer una ilustración fantástica de la Guerra del 36 a la manera de Guillermo del Toro. Es cierto que se sirve una vez más de los personajes infantiles para introducir elementos mágicos, pero su descripción de los duros años de la posguerra en Catalunya no puede ser más realista y demoledora. No se ha visto en la pantalla otro retrato tan descarnado de aquella época, con una negrura que lo tiñe todo del pesimismo de los ideales traicionados. «Pa negre» es una amarga y desencantada crónica de supervivencia, que descubre dolorosamente que no hay dignidad posible en la derrota, por más que a menudo se haya querido disfrazar el sometimiento forzoso al poder de otra cosa. La última secuencia, con la visita de la madre al colegio religioso de pago donde estudia el protagonista, es de las que nunca se olvidan.