Koldo LANDALUZE

Es lógico que una figura como el artista urbano Banksy suscite todo tipo de conjeturas. Su negación a mostrarse en público y su alternancia a la hora de vindicar el arte en la calle y colgar sus obras en el MoMA neoyorquino o la Tate londinense, engrosando su cuenta corriente gracias a las millonarias ofertas que cosecha en las subasta de arte, le hacen ser un creador al borde de la polémica.

Banksy es capaz de colgar un cuadro suyo en el British Museum, colocar un anacrónico muñeco que representa a un preso de Guantánamo en pleno Disneylandia o pintar el muro de la vergüenza de Gaza burlando la vigilancia de los soldados israelíes. Sus obras más efímeras, aquellas que las autoridades se empeñan en borrar de las calles, coquetean con las obras que los brokers de Wall Street cuelgan en sus despachos.

Pero, lo que si ha conseguido Banksy y su grupo de colabores con este magnífico falso documental es demostrarnos que es un tipo muy inteligente y alguien que es capaz de reírse de los caprichosos designios de las tendencias artísticas (en sus muy diversas facetas creativas y comerciales) y también de sí mismo. Para lograr su empeño, se ha sacado de la chistera a un personaje singular llamado Thierry Guetta: un tipo francés cuya enfermiza obsesión por rodar todo lo que se cruza por su camino, le llevará a recorrer las calles que, con alevosía y nocturnidad, se transforman en improvisados museos en los que los artistas urbanos plasman sus obras por unas horas. En un original giro narrativo, el documental convierte al director Guetta que quiso entrevistar a Banksy en el personaje central de otro documental dirigido, supuestamente, por el propio Banksy.

El resultado es un dinámico, ácido, divertido –a ratos hilarante– y, sobre todo, muy instructivo ejercicio creativo en el que, además de asombrarnos con la pericia de estos artistas de lo efímero, asistimos al vanidoso carrusel que siempre rodea el mundo de la creación.