ZINEMALDIA

«La vida útil»

Koldo LANDALUZE

Sinceramente, no entiendo lo que Enrique Beiroj ha pretendido con “La vida útil”. No sé qué historia me ha querido contar, ignoro si se trata de un canto nostálgico dedicado a las fórmulas de los viejos videoclubs o la añoranza de un modelo de vida que, dados los tiempos que corren, está a punto de extinguirse. Pasó el tiempo de los cineclubs y ahora, para mal o para bien, existe internet.

Durante la proyección me daba la sensación de que, en las secuencia rodadas en los vetustos pasillos de la Cinemateca uruguaya se iba a asomar el mismísimo José Luis Garci, una sensación de temor que se acrecentaba con la presencia del protagonista: una especie de variante uruguaya de José Manuel de Prada que simboliza una postura gris y excesivamente academicista de un modelo creativo, el cine, condenado a reinventarse constantemente.

El desconcierto generaliza en cuanto Beiroj envuelve esta crónica nostálgica en un falso y chirriante blanco y negro que perpetúa la grisura de unos espacios y unos personajes que no sé muy bien hacia dónde demonios quieren ir.

Si la intención del autor era completamente distinta,  es decir, que quería dotar de hálito, alegría y esperanza a ese espíritu ancestral de lo que supone el cine clásico mal entendido, creo que se ha equivocado por completo, porque no hay en ninguna de las secuencias una excusa para esbozar una sonrisa de complicidad. Ni siquiera el artificioso, decimonónico y ampuloso discurso que el protagonista lanza a los estudiantes de la Facultad de Derecho cual Spencer Tracy o en esos tímidos pasos de baile a lo Fred Astaire que el mismo personaje improvisa en una escalera de la facultad mientras aguarda la llegada de la mujer a la que, supuestamente, ama. Quería creer que un premio de las características de Cine en Construcción de la Industria era otorgado a un artista que, al menos, en su intencionalidad se le intuía un interés por aportar algo fresco e interesante. Cosa que aquí no ocurre.