Eszenak
Días estupendos
Josu MONTERO | Escritor y crítico
Para un niño, junio es la orilla de un océano inmenso del que no se divisa la otra orilla. Y en ese tiempo sin tiempo, todo es posible. O, al menos, lo era antes de esta época de la electrónica y el miedo. Incluso para los adultos sigue siendo algo lejanamente parecido: esperamos que el paraíso se realice en ese puñado de días en que podemos romper con el tiempo reglado de las obligaciones. El verano sigue siendo el deseo de salir corriendo. Y justo cuando el otoño cae sobre nuestras cabezas, el dramaturgo y director navarro Alfredo Sanzol estrena otra de sus poéticas comedias tocadas por la magia y por la gracia: «Días estupendos». Una comedia que va sobre todo eso, sobre el verano, el arcaico verano, como recuerdo y celebración de la libertad que sienten los niños, sobre la candorosa esperanza de la pequeña felicidad. Y, como es su costumbre, lo hace en una obra compuesta por pulidas miniaturas, breves episodios cuya sucesión juega también con la paradoja, porque el ser humano es contradictorio. La cuestión de la identidad, de la personalidad es una de las constantes de su teatro: por un lado, la inevitable fuerza del «yo», la tendencia a la unidad, al movimiento centrípeto; y, por la otra, la torrencial evidencia de muchos «yos», lo fragmentario y centrífugo. «Una persona es muchas personas. No existe la personalidad como estructura definida y que reacciona de igual manera a impulsos diferentes», afirma tajante Sanzol. Ayer se estrenó esta obra en el madrileño Teatro Valle-Inclán con producción del CDN; allí estará hasta el 31 de octubre. El 5 de noviembre recalará en Iruña y el 11 de diciembre en Gasteiz.
Con «Días estupendos» cierra Sanzol la trilogía abierta con «Risas y Destrucción» y «Sí, pero no lo soy»-publicada también en un ilustradísimo y hermoso libro-. A comienzos del verano estrenó en el Poliorama de Barcelona «Delicadas», un encargo de la compañía T de Teatre compuesto por 18 breves historias con un denominador común: su propia familia, sus tías y tíos, sus abuelas, los veranos -aquí también- en el pueblo... Como si el niño que fue hubiera atrapado al vuelo sin entenderlos del todo a aquellos seres y sus historias; y el adulto hoy los evoca y reinventa creando por arte de magia un tiempo más allá del tiempo, la tamizada luz de aquellos días azules. Y eso que muchas de estas miniaturas suceden en la guerra o en la posguerra, eso sí, a años luz de tópicos. Fotos de un viejo álbum familiar que tomaran vida y color; biografía sentimental de la propia niñez.
En el teatro melancólico y jovial de Sanzol, en su medida arquitectura, en su humor tierno y agridulce y lleno de piedad hacia sus criaturas, han detectado los críticos ecos de Mihura, Azcona, Armiñán o Chejov. En «Delicadas», hay una mujer que se dedica a pintar rosas. «¿Cómo he llegado a saber que pinto la vida? Pintando el detalle. ¿Cómo llegar a pintar lo más importante? Siendo humilde y pintando lo que muchos creen que es lo menos importante».
Como colofón de «Sí, pero no lo soy», aparece un poema o canción titulado «Días estupendos». Dice así: «Mi tío riega las plantas / Mi abuelo lava el coche/ Y tú te despiertas / Y los rayos de sol / Acarician tus ojos // El gato baila en la hierba / El perro pasea por la calle / Y yo desayuno bizcocho / Y cojo la bicicleta / Que me lleva a tu casa // Vendrán esos días estupendos / Que siempre hemos imaginado / Llenos de estrellas / Llenos de soles / De heridas en las rodillas / Días estupendos».