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ZINEMALDIA

Los protagonistas de «Aita» nos abren la puerta trasera del rodaje

Luis Pescador y Mikel Goenaga han saltado de la vida cotidiana al interior de «Aita», el largometraje de José María de Orbe que se estrenó ayer en la Sección Oficial. Ha sido la primera vez que se ponen delante de una cámara, pero lo han hecho como auténticos profesionales. Días antes de la «premiere» relataban a GARA los entresijos del rodaje.

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O. LARRETXEA

Cuando se le pregunta por la experiencia de rodar por primera vez una película, Luis Pescador, uno de los dos protagonistas de «Aita», medita sus palabras durante unos instantes. «Bonita, bonita... no sé; desde luego, diferente sí. He estado muchas horas aquí grabando, pasando nervios, vergüenza, tensión, la gente que te mira... y es que yo no soy un profesional de esto». A su lado compartiendo plano se encuentra Mikel Goenaga, párroco de Astigarraga tanto en la vida real como en la ficción. En cuanto a Pescador, hace cinco años que se jubiló, pero desde hace doce y a sus bien llevados 71 años, cuida del Palacio Murgia en Astigarraga, propiedad del director y escenario del largometraje. Al igual que su compañero de batallas cotidianas, se interpreta a sí mismo.

El largometraje transcurre entre las paredes del palacio Murguia y los diálogos son las conversaciones espontáneas que mantienen los dos amigos, como en el día a día. «Así que, en este sentido, no teníamos que pensar demasiado»: «Más que sobre la historia de la casa, hablamos de las vicisitudes del lugar; aquí hay distintos visitantes, no solamente de humanos. También de ruidos ¡y de soledad y aburrimiento!», dice el párroco. Aún así, no todo estaba hecho, puesto que De Orbe les ordenó ejercicios, como el de trabajar el silencio. «Nos sentaba uno frente a otro y no podíamos pronunciar palabra alguna durante una hora», explica Goenaga. También han aprendido a vocalizar mejor y a hablar más pausadamente. «Esto si que me costó -admite Pescador-. ¡Con lo que yo hablo!». Mikel recuerda la importancia que el cineasta le daba a los sonidos, porque «era indispensable que «se escuchara limpio. Creo incluso que se perciben los susurros de las hojas», añade.

El día en el que recibió la propuesta, lo primero que hizo el guarda del palacio fue consultar en casa y «en seguida» le animaron. A Goenaga le llamó más tarde, porque para el papel de párroco había un candidato, un actor profesional; pero, tras una prueba, se descartó la idea. Entonces acudió a él. «Tenemos una relación de hace años -explica Goenaga- y quizá por eso me eligió, porque para la película quería naturalidad. El qué decir y cómo decirlo está más pensado, pero las personas son auténticas, no se han metido con calzador».

El rodaje duró alrededor de tres meses y se recopilaron en total más setenta horas de grabación, reduciéndose finalmente a los 85 minutos que dura «Aita». «La primera mitad fue la más dura para mí -recuerda Pescador-, ya que se rodaba casi todos los días, pero la segunda fue la más violenta, porque en escena estaba yo solo y todo el equipo de grabación se quedaba mirando. Me resultó peleón». «El que ocupa mayor tiempo en escena eres tú -le espeta Goenaga-. Creo que serás el hilo conductor. Ahora, si me preguntas cuál es el resultado, te diré que no tengo ni idea», admitían días antes del estreno.

Una alfombra particular

Con el factor sorpresa la experiencia ha adquirido mayor emoción, porque no habían tenido ocasión de ver la película hasta el estreno de ayer en el Kursaal. «¿Que cómo será ese día?», se preguntaba Pescador. «Pues no lo sé. Ahora, cuando Mikel y yo pisemos la alfombra negra...».«¿Ah, que es negra?», le respondía sorprendido el párroco.

«Vendrán amigos a mirar, así que habrá que empezar a presumir un poco de lo que hemos hecho -bromeaba Luis-. Voy a pasar a la historia, sencillamente y muy humildemente, pero al fin y al cabo estamos en el Festival de Donostia, como la Julia Roberts, ¡que no es tontería!». Mikel se mostraba igual de ilusionado y confesaba que lo viviría «con mucha curiosidad», aunque con los pies en la tierra: «No creo que vaya a cambiar nuestro día a día -agregaba-, pero sí es una anécdota curiosa que quedará para siempre. En realidad, ni soy cinéfilo, ni me gusta ir al cine, pero, mira ,¡sin darme cuenta estoy dentro de una película!».

 

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