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Los «Fragmentos» de Marilyn

Iratxe FRESNEDA | Periodista y profesora de Comunicación Audiovisual

Antonio Tabucchi prologa los versos que dejó escritos Marylin y que ahora se editan agrupados bajo el título de «Fragmentos». Puede que sean los fragmentos rotos de una poeta callejera, como la definió tras su muerte Arthur Miller, una poetisa callejera a la que «la multitud hacía jirones». Una mujer a la que le costó la vida no tener los «pies en la tierra» y que fue devorada por las multitudes, Hollywood y todos sus cómplices secuaces. Jamás sabremos quién fue Marilyn, sólo sabremos de un mito construido por la industria del cine, por sus agentes publicitarios, por sus propios disfraces de diosa voluptuosa y poco inteligente. Aún hoy sigue resultando rentable su disfraz, a pesar de los intentos de algunos de sus mitómanos más reconocidos por convertirla en humana imperfecta. Tabucchi habla de una personalidad «intelectual y artística» que pocos supieron apreciar y que quedó reflejada en sus notas, en sus escritos desperdigados por aquí y allá. Dice el autor de «Sostiene Pereira» que la imagen que Marilyn ha dejado de sí misma esconde un alma que pocos sospechaban.

Dicen que escribía siempre, que aprovechaba cualquier descanso durante los rodajes. Escribía a través de una mirada exigente, a veces triste y despiadada. Escribía sobre la muerte, el suicidio, el amor, sobre la vida misma. Lejos de las bajezas de la vida cotidiana, Marilyn escapaba como símbolo a cualquier detalle que la acercara a las miserias de la humanidad, pero ella era humana y su legado escrito lo demuestra. Amplia sonrisa, la boca entreabierta al posar y el guiño en los ojos. Marilyn era la heredera directa de un dibujo, una Betty Boop de pelo rubio y esa imagen la alejaba aún más de lo que Norma Jean hubiese deseado ser. Aprisionada por el estereotipo y sus contratos con la industria, trató, como pudo, de escapar del sueño americano en el que se había convertido. Dicen que «huía» de los rodajes para asistir a las clases del Actor's Studio, para demostrar a los incrédulos que sabía interpretar e, incluso, creó su propia productora para llevar a cabo sus proyectos (de aquí surgirían «Bus stop» y «El príncipe y la corista»). Pero sus intentos de cambio fracasaron y, tras separarse de Arthur Miller, regresó a la Fox y al precipicio que la aguardaba. Murió sola, convertida en un bonito cadáver. Ahora se exhiben en forma de libro sus cartas, sus manuscritos más íntimos, su poesía. Aquellos que normalmente a cualquier ser humano le gusta conservar en su intimidad, sus «fragmentos».

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