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Análisis | Crisis en Oriente Medio

Conversaciones directas entre Israel y la ANP: misión imposible

La aritmética política y social de Israel no ofrece dos alternativas, sino una sola: que Abbas esté dispuesto a convertirse en un colaboracionista que reprima al pueblo palestino

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Sergio YAHNI Analista israelí antisionista

El autor constata la debilidad en la que se halla la Autoridad palestina y el escaso margen de maniobra de Netanyahu, lo que, unido a la ausencia de una sociedad civil organizada en Israel que pueda presionar para un acuerdo, dibuja un panorama desolador del actual proceso.

A medianoche del pasado lunes 27 de setiembre caducaba la moratoria parcial sobre la construcción en los asentamientos israelíes en Cisjordania. Todavía a las 10 de la mañana de ese día se hablaba de una coalición internacional de pared a pared, incluyendo a Europa, Estados Unidos y la Liga Árabe, que demandaba a Israel continuarla.

Para defenderse del las presiones internacionales, el Gobierno israelí había cancelado la reunión del gabinete, que se reúne todos los domingos a las 8 de la mañana en Jerusalén.

Pero esa misma mañana, en una entrevista que dio al diario matutino «Al Hayat», que se publica en Londres, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abbas, anunció que no se retiraría de las negociaciones sin consultarlo primeramente con las instituciones de la OLP y con la Liga Árabe. Concedía a Israel seis días más.

Esta retirada táctica de Abbas supone una pequeña victoria para Israel, pero al mismo tiempo significa un duro golpe al gobierno de la Autoridad Palestina, del cual difícilmente podrá recuperarse.

Tras las declaraciones de Abbas el Frente Popular por la Liberación Palestina (FPLP) se retiraba del Comité Ejecutivo de la OLP. Al mismo tiempo, el brazo armado de Fatah, las Brigadas de los Mártires de Al-Aqsa, anunciaba en un comunicado su retorno a la lucha armada adelantando que se preparan para «enseñar a los colonos una lección que no olvidarán». En la noche del lunes, un comando ataco un vehículo al sur de la ciudad de Hebrón en el cual fueron heridos dos colonos.

Sobre el terreno la situación se radicaliza. El jueves 23, un agente de una compañía privada de seguridad de las colonias en el barrio de Silwan de Jerusalén asesinaba a un residente palestino del barrio. Inmediatamente miles de palestinos salían a la calle a protestar. Al día siguiente, como consecuencia de los gases lacrimógenos disparados por la Policía israelí durante la represión de una manifestación en el barrio de Issawia, también en Jerusalén, moría un bebé de 14 meses, provocando un mayor resurgimiento de las protestas. El sábado 25 se declaraban en huelga de hambre los 7.000 presos políticos palestinos en cárceles israelíes.

Al acabar la moratoria estos hechos llevaron a una movilización social sin precedentes desde la segunda intifada. Ahora Abbas tiene que decidir si el 4 de octubre se excusa de las negociaciones con Israel, o si acepta algún tipo de compromiso impuesto por los norteamericanos enfrentándose a su pueblo.

Pero las cosas no pintan tampoco bien para Netanyahu, que se encuentra al frente de la única coalición gubernamental posible dada la aritmética parlamentaria israelí.

Muchos analistas sostienen que si Netanyahu reasume la moratoria parcial, el bloque de ultraderecha dejaría el gobierno y avanzan que podría constituir un gobierno con Kadima, el Laborismo y Meretz, que tendría el apoyo de 71 escaños. Estos analistas no toman en cuenta que tal coalición sería la primera en la historia del Estado de Israel sin la presencia de un partido religioso. Imposible.

Pero es más, estos analistas tampoco toman en cuenta que casi dos tercios de la base social y los diputados del Likud se oponen a continuar la moratoria y no apoyan el establecimiento de un estado palestino, ni siquiera uno desarmado, mutilado, y sin soberanía como el que ha propuesto Netanyahu.

Netanyahu se quedaría sin gobierno o, por lo menos, sin posibilidad de poder ser candidato a primer ministro del Likud en las próximas elecciones. El suicidio nunca fue una alternativa para los políticos.

El escenario político sería diferente si frente al impasse existiera en Israel una sociedad civil organizada que demande paz. Pero no la hay. Del movimiento pacifista que actuó durante las negociaciones de Camp David y termino forzando al primer ministro de entonces, Menahem Begin, a retirarse de la península del Sinaí, o aquel que protesto contra la guerra del Líbano y la represión de la primera intifada forzando la retirada del ejército de Israel de la mayor parte del Líbano y empujando a Yitzhak Rabin a firmar los acuerdos de Oslo, no queda nada.

No es que no quede nada. Queda un pequeño número de ONGs financiadas por la Unión Europea y sin espíritu de lucha que se dedican a publicar paginas en Facebook. Para la gran mayoría de los israelíes, los palestinos han desaparecido tras el muro de Apartheid y aquellos que tienen dinero ahora se dedican a festejar su vida mediterránea en restaurantes de moda, vacaciones en el extranjero y festivales de cine y teatro. Los otros simplemente a sobrevivir a su pobreza.

Ya que el movimiento de solidaridad internacional, y sobre todo el movimiento de boicot, desinversiones y sanciones, cobra un precio muy caro por la represión directa que Israel podría ejercer sobre el movimiento popular palestino, la aritmética política y social de Israel no tiene dos alternativas sino solamente una: que el señor Mahmud Abbas la acepte y esté dispuesto a transformarse en un colaboracionista que reprima al pueblo palestino.

Esto no significa que la sociedad política en Israel no pudiera optar siempre por una salida violenta del impasse, sino que el movimiento internacional de solidaridad tiene la capacidad de hacerla imposible. Esto conlleva una gran responsabilidad.

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