No es cuestión de establecer un récord, ni de retorcer los datos hasta que la realidad coincida con nuestros deseos. No hay duda de que esta tarde las calles de Bilbo acogerán una gran manifestación, pero hay que escapar de obsesiones. Prefijar el éxito de la convocatoria estableciendo una cifra mágica sólo conduce a la ansiedad, y ésta es la raíz de muchos problemas sociales. El valor de esta movilización no radica en compararla con otras anteriores, sino en superar todos los obstáculos que el Estado español ha ido colocando en los últimos años, especialmente en las últimas semanas, para crear una sensación de frustración que, precisamente, puede germinar más fácilmente cuando el estado de ansiedad llega al paroxismo.

Eso es lo que pretenden los que van colocando un «insuficiente» detrás de otro cada vez que quienes apuestan por un escenario plenamente democrático y soberano se aprestan voluntariamente a examinarse ante la sociedad vasca. Ni más, ni menos. Quieren que interioricemos que somos personas frustradas, incluso a futuro: «tienen que perder toda esperanza de...», «nunca conseguirán...», «en la Europa actual no tiene cabida...».

Y aunque el recorrido de la manifestación se viera hoy rebosado por gentes que reclaman el respeto a sus derechos individuales y a los colectivos que le corresponden a su nación, mañana volverán a cargar sus viejos artefactos dialécticos para intentar amedrentarnos con más inmovilismo, con más «firmeza», como si nada hubiera cambiado.

Por eso hay que asumir que el compromiso con una solución democrática no pasa por dar un paso el sábado y descansar el resto de la semana, ni por sentarse a esperar que «el otro» mueva un pie antes de que lo haga yo. Hoy serán decenas de miles de ciudadanas y ciudadanos quienes avancen un par de kilómetros siguiendo el mismo camino; hoy se darán millones de pasos. Y para alcanzar la cumbre harán falta muchos más, acompasados, sin perder el rumbo y, eso sí, dejando la ansiedad fuera de la mochila.