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La «comunidad internacional» sigue troceando Somalia y condenándola a la piratería

Es la pescadilla que se muerde la cola. La «comunidad internacional» no quiere un Estado somalí unitario islámico y promueve, a modo de cortafuegos, la profusión de bantustanes. Estos, convertidos en reinos de piratas, reales y alegóricos, reclaman el pago de sus servicios.

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Dabid LAZKANOITURBURU

Tras meses de ofensiva en Mogadiscio, las milicias islamistas Shebab controlan la práctica totalidad de la capital a excepción del enclave del palacio presidencial, algunos cruces de carretera y el aeropuerto, última puerta en caso de retirada que mantienen con uñas y dientes los soldados de la misión de la Unión Africana (AMISOM), el único sostén del llamado Gobierno de Transición, en realidad Gobierno títere.

La misma «comunidad internacional» -léase EEUU- que hace unos años instaló a ese gobierno en la cabeza de puente de la ciudad de Baidoa y que impulsó a Etiopía a invadir el país para permitir la reconquista de Mogadiscio, entonces en manos de los Tribunales Islámicos, habla ahora abiertamente de dar carta de naturaleza a la bantustanización -partición- de Somalia.

Sin olvidar las partes de este atribulado país en manos de otros países -es el caso de la propia Etiopía y de Djibuti, un país fantasma creado al calor del reparto colonial entre Francia e Inglaterra-, los enclaves de Somalilandia y Puntlandia, al norte, funcionan como estados independientes. Pero no acaba ahí la partición.

Si el centro y el sur de la actual Somalia están prácticamente en manos de los Shebab -herederos radicalizados de la Unión de Tribunales Islámicos-, en los últimos años han brotado «de la nada» otros dos enclaves autónomos, Himan y Herb, al norte de Mogadiscio, y el «Estado» de Galmudug, colindante con Puntlandia.

La mano extranjera

Inspirados por Somalilandia, territorio del noroeste de Somalia que proclamó su independencia en 1991, los líderes de los principales clanes del centro del país decidieron crear su propio Reino de Taifas en un momento, en 2008, en el que los islamistas tocaban sus puertas.

El movimiento sufí Ahlu Sunna wal Jamaa se levantó en armas para cortar el inexorable avance de los Shebab y se ha impuesto desde entonces como un actor insoslayable en el campo de batalla.

De forma automática, Mohamed Aden Tiiceey abandonó la Minnesota de adopción para fundar, con otros notables de su clan originario, el ente de Himan y Herb, cuya capital es Adado, en la frontera con Etiopía.

Paralelamente, surgió, más al norte, y en pleno corazón de la piratería somalí, el «Estado» de Galmudug, con capital en Galkayo.

Martin Murphy, experto estadounidense sobre la cuestión somalí, proponía abiertamente en un reciente estudio que EEUU y sus aliados deberían «trabajar en un acercamiento más regional y subestatal», eufemismo para designar la estrategia, ya en marcha, de atomización del país africano.

«Necesitamos tener más imaginación», asegura este experto. Porque lo que sobra es urgencia, con un Gobierno títere, liderado por el ex islamista Sharif Sheikh Ahmed, cuya autoridad brilla por su ausencia y que se ha demostrado incapaz de frenar la insurgencia de sus antiguos «hermanos».

Otro experto que no se identifica pero que «trabaja» desde Nairobi coincide en que el acercamiento desde una perspectiva estatal y centralidada «es un error» y apunta, en todo caso, que podría ser complementario con un apoyo más localizado.

La hora del dinero

Pero estos «señores de la guerra» que accedieron a repartirse el país para contentar a los estrategas estadounidenses piden su parte en el pastel. Piden dinero. Y Murphy se muestra de acuerdo con dárselo. «Debemos construir allá donde hay estabilidad», señala. La «pax americana» tiene un precio.

«Hemos frenado a los Shebab. Himan y Herb hace todo lo posible para garantizar la seguridad. Pero, pese a todo, no hemos recibido nada de la comunidad internacional», se queja abiertamente el estadounidense de origen somalí Aden. «Hay que dar al pueblo razones para mantener la esperanza. Yo no tengo ya la misma energía que hace dos años y el mundo no se da cuenta de lo que hemos luchado por esta región», añade.

También en Galmudug se sienten «abandonados». «Las agencias de la ONU brillan aquí por su ausencia», señala Habibo Kofro en el transcurso de una reunión de mujeres en la capital, Galkayo.

El «ministro» de Galmudug para la Pesca, Puertos y Recursos Naturales, Mohamed Ali Warsame, lo tiene tan claro como ellos. «Esperar que llegue la estabilidad para favorecer el desarrollo económico supone olvidar que el desarrollo es, al contrario, un elemento clave de cara a la seguridad».

Claro y en botella. Los que dirigen estas entidades que han nacido y han sido promovidas por la «comunidad internacional» -sin ir más lejos, el «secretario de Estado de Seguridad», Ismail Haji Noor, es un empresario británico-somalí-, disfrazan con una retórica desarrollista lo que no es sino una exigencia de pago por sus servicios.

Reinos de la piratería

Tanto Himan y Herb como Galmudug son, junto con Somalilandia y Puntlandia, los centros de la piratería somalí. Y el centro es el otrora puerto de pescadores de Hobyo.

El «ministro» de Pesca de Galmudug lo tiene claro. «Me pregunto si la comunidad internacional quiere realmente resolver ese problema. ¿Por qué, si no, utilizan tantos recursos financieros?», se pregunta, en referencia al costo exorbitante del desplazamiento de decenas de navíos de guerra a las costas de Somalia y con resultados tan parcos. Para Warsame, la piratería podría erradicarse si sólo el 1% de los recursos consagrados a la lucha contra la piratería fuera utilizados «inteligentemente» para el desarrollo de las zonas costeras.

El «secretario de Estado de Seguridad» de Galmudug llegado de Gran Bretaña insiste en esa idea. «Mientras no recibamos ayudas, la piratería seguirá ahí. Pero lo que los europeos han ofrecido hasta ahora es una pena de cárcel o una bala».

Haji Noor nos pone en contacto con uno de esos piratas. El joven Ahmed Osoble no se distingue del resto de jóvenes de Hobyo, una villa costera del Océano Índico, en el nordeste de Somalia, que se ha convertido en los últimos años en uno de los centros mundiales de la piratería.

Creció como pescador y creía entonces que moriría pescador. «Hacia 2003, las capturas de pescado comenzaron a disminuir ostensiblemente en nuestras aguas y se hizo imposible vivir de ello», recuerda.

Se acuerda del día, en el año 2008, en que se despidió de sus hijos y partió en su primera misión de piratería. «No tenía miedo, era eso o nada. No tenía nada que perder».

En otra misión, al año siguiente, Ahmed y su grupo se adentraron en el mar y navegaron a la deriva. «Llovía mucho. No teníamos ni idea de dónde estábamos y vimos entonces algunos veleros. Creo que eran turistas (...) Nos dijeron que estábamos en Las Seychelles. Estábamos tan exhaustos que ni siquiera se nos pasó por la cabeza la idea de abordarles», señala. Poco después «vimos que se acercaban dos patrulleras y un helicóptero. Venían a por nosotros».

Tras varios meses de cárcel, Ahmed fue liberado junto con un grupo de piratas y volvió a Hobyo, pero se niega a hacerse a la mar. «Si me ofrecieran algún empleo en una pesquería cerca de Hobyo con un salario, empezaría ahora mismo», insiste. Pero no hay una sola fábrica ni en la antigua villa pesquera ni en los alrededores.

Ecoterra Internacional, una ONG que trabaja por la protección de los derechos y de los recursos de comunidades costeras en la región, tiene en manos un proyecto, pero no ha logrado los fondos para ello.

De jefes piratas a jefes guardacostas

Pero si muchos de los piratas de a pie no dudarían en dejarlo a cambio de un empleo estable y remunerado, no ocurre lo mismo con sus líderes, que le han tomado el gusto al poder y que, como en el caso de Mohamed Garfanji -el más poderoso de entre ellos- controlan pequeños ejércitos.

«Yo no creo que Garfanji estaría dispuesto a volver a la pesca», reconoce Mohamed Aden Tiiceey, presidente del ente de Himan y Herb. «Pero si recibimos ayuda para construir nuestra administración, podría ser empleado como jefe de guardacostas. «Conoce esas costas como nadie».

Aweys Ali Jimaale Madehe (Cabezón, en somalí), otro jefe pirata muy conocido en Hobyo, asegura que «estaría dispuesto a convertirme en guardacostas aunque el salario fuera pequeño».

El propio Garfanji mide mucho más sus palabras, con la desconfianza del que nunca baja la guardia y anticipa por dónde llegará el próximo golpe.

Mientras habla por teléfono nos señala en el horizonte un atunero pescando ilegalmente en las costas de Hobyo. «¿Ve aquél de allí? Lleva meses a 20 millas náuticas de Hobyo. Y aquél gran barco, es español...».

«Vuestros ejércitos mandan sus barcos de guerra para que podáis seguir capturando nuestro pescado», sentencia.

Sus hombres asienten silenciosos, mientras siguen mascando su ración diaria de qat, una planta euforizante tradicional en la región y muy consumida por los piratas en sus largas misiones.

Su jefe, en la treintena, se ve como un Robin de los Bosques de los tiempos modernos, héroe de la lucha contra los barcos de pesca industrial llegados de Europa y de Asia, que violan la zona económica somalí y roban en sus ricas aguas, en las que abundan los inmensos bancos de atún.

Sobre la plata, uno de sus lugartenientes, Mohamed, metralleta PKM en cruz sobre la espalda, observa en el horizonte la última captura: un supertanque coreano.

El VLCC Samho Dream es uno de los tres mayores navíos capturados por los piratas, con una carga de crudo estimada en 170 millones de dólares. «Él solo es más grande que Hobyo», comenta orgulloso Mohamed, con su keffieh negro y blanco en el cuello.

Poblada con 5.000 almas, Hobyo parece cualquier cosa menos el centro neurálgico de una actividad que perturba en los últimos años el comercio marítimo mundial.

«No tenemos fábricas, ni pescadores. Esto es la Gran Zona Cero», explica uno de los notables de la localidad, Abdullahi Ahmed Barre. La lista de agravios es larga para estos ancianos, que no veían un extranjero desde hace lustros. «El hospital está a ocho horas de carretera», «Nadie vino a ayudarnos después del Tsunami», que golpeó también a estas costas en diciembre de 2004.

Garfanji escucha atento. Los piratas de Hobyo han «recuperado» millones de dólares en los últimos dos años. Conducen flamantes 4X4, han ampliado sus casas y han tomado nuevas mujeres.

¿Qué pasa con el resto del dinero? Los lugareños se quejan de que una parte significativa se gasta en el qat, en alcohol y prostitutas. Los jefes piratas aseguran, por contra, que la mayor parte del dinero es invertida.

«Lo que hacemos con el dinero es reclutar», señala Fathi Osman Kahir, contable de piratas que se encarga de pagar los salarios, el aprovisionamiento de gasoil y el mantenimiento de los capturados. «Más de 500 personas en Hobyo trabajan para nosotros, sin contar los hombres que están en el mar. Claro que lo que hacemos es ilegal, pero no tenemos elección», señala.

Su visita coincide con la llegada de Ismail Haji Noor, el responsable anti-piratería del enclave independiente de facto de Galmudug. Pero nadie se siente intimidado. Casi al contrario.

«Qué quiere que haga? ¿Que los detenga? Aunque tuviera los medios, que no los tengo, es absurdo. No tengo nada que ofrecerles a cambio», recuerda.

El somalí-británico insiste en su manida cantinela. Pide e insisten en que Occidente le dé dinero para el desarrollo y promete, a cambio, que la piratería desaparecería.

¿No será que el pirata, con patente de corso occidental para trocear su país, es él, y con él, los suyos?

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Los piratas mantienen 20 barcos y 400 marineros secuestrados. Se teme un repunte tras el final del Monzón.

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