Tras la operación de la Guardia Civil
El Gobierno español prefiere pasar por blando que por torturador
Ramón SOLA
La polémica Madrid-Caracas la empezó a desinflar el Gobierno español anteayer, justo cuando escuchó al embajador venezolano poner el dedo en la llaga de la tortura. Hasta entonces, el ministro Rubalcaba había dado por cierto que los detenidos se entrenaron en Venezuela y apuntó que sabía más («entre otros, con chilenos»). Pero el diplomático habló y, de repente, Madrid empezó a tener más interés en quitar eco al caso que en azuzarlo.
La frase del embajador reproduce la conocida historia del rey desnudo, al que todo el mundo ve pero nadie delata, hasta que llega una voz ajena a todo -un niño en el cuento, un embajador aquí- que pone las cosas en su sitio. No hacía falta siquiera que ayer se difundieran los testimonios de tormentos de los detenidos para que cualquier persona con un mínimo de objetividad y otro poco de sentido común entendiera que no tiene explicación lógica que Atristain y Besance reseñen entrenamientos en Venezuela que se presentan como absolutamente secretos. Resulta tan absurdo que un gran diario madrileño improvisó ayer, en su editorial, una explicación grotesca: «No se puede excluir que Xabier Atristain y Juan Carlos Besance hayan confesado con la esperanza de ganarse la benevolencia de los jueces».
Cualquiera que conozca la historia de este país sabe que uno de los atentados que habría reconocido Besance -el de Leitza- fue asumido en su día a la fuerza por otra persona tras pasar por los mismos calabozos, con lo que cuatro jóvenes cumplieron dos años en prisión sin haber hecho nada. Y sabe también que este mismo mes quince guardias civiles van a ser juzgados acusados de torturar a Igor Portu y Mattin Sarasola. Un caso que, por cierto, y lo dice el fiscal, ni siquiera ocurrió en unos calabozos impenetrables, sino en el monte y a plena luz del día. Así que Madrid prefiere poner sordina al caso venezolano: siempre es mejor pasar por blando que por torturador.