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Jose Luis Orella Unzúe Catedrático senior de universidad

Responsabilidad social de los guipuzcoanos

Los amantes de la cultura y los historiadores de Gipuzkoa tenemos algo que opinar respecto al paso que se está tomando en el Santuario de Loiola. En agosto del 2010 se publicó el anuncio. «Se está poniendo en práctica ya el Convenio firmado entre el Superior de Loyola, José María Etxeberria, y el Rector de la Universidad de Deusto, Jaime Oraá. Según lo acordado, la mayor parte de los 15.000 libros del Fondo Antiguo de la Biblioteca de Loyola pasa en depósito a la nueva Biblioteca de Deusto-CRAI. Este fondo de la Biblioteca o Librería loyolea, como antiguamente se llamaba, data de antes de la expulsión de los jesuitas por Carlos III (1767) y contaba con 37 incunables, 1.492 libros del siglo XVI, 4.520 del XVII y 10.781 del XVIII. De esta forma, con la generosidad del Santuario y con el protectorado de la Universidad, se espera robustecer el trabajo en favor de la fe y de la cultura».

Se están dando unos pasos que van a significar una merma sustancial del Santuario como centro de espiritualidad, como referente cultural y turístico y principalmente como lugar de consulta e investigación.

Han salido ya en la prensa las opiniones de dos jesuitas sobre este tema. Javier Zudaire afirmaba «Como es sabido, `la caja fuerte' de la Biblioteca de Loyola se encuentra en el fondo de libros antiguos: más de 20.000 volúmenes, correspondientes a los siglos XVI, XVII y XVIII. Y el sancta sanctorum se ubica en el Archivo, que contiene fondos relativos tanto a la historia ignaciana como a la historial civil de nuestra tierra. No sé si muchos o pocos, pero hay investigadores que vienen a trabajar in situ. Y, sobre todo en los periodos de exámenes, son muchos los universitarios del valle del Urola que vienen a estudiar a la sombra de esta biblioteca cuyas puertas están abiertas a todos. Pero los libros de Loyola siguen necesitando la atención y el apoyo económico y moral de nuestras instituciones».

P or su parte otro jesuita Jon Iturriaga Elorza afirmaba: «Del contenido de esta Biblioteca, o Librería como se la decía entonces, hasta la expulsión de los Jesuitas por Carlos III (1767) tenemos en catálogo con el número de autores (1.463), obras en latín (1.650), en castellano y portugués (1.380), italiano (223), francés (22), flamenco (diez), euskera (siete), manuscritos (unos 100); con otro centenar y medio de legajos que contienen cartas de donación, ventas, escrituras y demás documentación perteneciente al Colegio. El número de volúmenes, notable para entonces, es de unos 3.400, sin contar los de las librerías privadas, como la del P. M. Larramendi, que figura en lista aparte, y que suma 102 obras con 283 unidades. Esta primera Biblioteca de Loyola tiene la consagración que dan a estos locales las grandes figuras de la investigación, en el caso los Padres Bollandos, moradores de Loyola en 1721».

En el Catálogo a que nos hemos referido hay bastante calidad: dos biblias en latín, una con glosa ordinaria (seis volúmenes); están Baronio. Los Bollandos, la edición de San Agustín por los Maurinos, la «Bibliotheca Patrum» de Lyon (27 volúmenes), el Nicolás Antonio, los escolásticos más insignes hasta Lossada en buenas ediciones; decretales y libros de cánones, sin que falte el doctor Navarro; diccionarios como el Calepino, suficiente literatura latina (oradores, poetas, preceptistas, historiadores, comediógrafos); escogidos renacientes italianos: Boccaccio, Petrarca, Bembo, Guicciardini, etc.; igualmente escritores castellanos: Cervantes, Luis de León, Quevedo, Lope de Vega, Mateo Alemán, Gracián, Boscán, Camoens -Calderón aún no había sido descubierto-; mucha hagiografía, anales múltiples, historia e historias, con los consabidos libros devotos. Está ya Feijóo y sus Cartas, y están también las primeras defensas de la Compañía de Jesús, a punto de ser extinguida. Como tesoros de la Biblioteca se señalan, además de algunos libros antiguos -incunables varios-, las memorias o ministerio del Duque de Lerma (10 volúmenes manuscritos con su índice), y ministerio de Everardo Nithardo (cinco tomos manuscritos); el último desaparecido años después y emigrado, según creo, a los archivos de la Madrid.

Por mi parte prosigo afirmando que el Santuario de Loiola tiene un gran archivo no sólo de la historia de la Compañía de Jesús, sino también de muchas de las casas torre y familias tanto nobiliarias como urbanas de las ciudades y villas de Gipuzkoa. A esto se añaden los fondos que por una u otra razón han recalado en ese archivo y que se refieren a la historia española y de las Indias tanto Orientales como Occidentales como, por ejemplo, sobre el obispo Palafox.

Como todo investigador sabe, los datos aportados por un archivo son importantes, pero necesitan ser encuadrados por la bibliografía de época. Y aquí interviene la necesidad de que la biblioteca no se separe del archivo porque es herramienta imprescindible para la interpretación de las fuentes de archivo. Y la biblioteca de Loiola, además de los libros ignacianos, posee un ingente número de monografías de época que es necesario conservar, restaurar y aun digitalizar por ser libros raros y curiosos que no se encuentran fácilmente en otras bibliotecas de la provincia.

Bien es verdad que queda en Loiola la Biblioteca Ignaciana, pero quedará manca, porque no se podrá referir las noticias ignacianas y de la historia de la Compañía de Jesús sin aludir a libros de época que hacen inteligible con sus aportaciones o críticas los avances que el pensamiento ignaciano ha supuesto en los diferentes momentos históricos.

La provincia de Gipuzkoa conserva pocos fondos documentales y archivísticos generales para que podamos tan fácilmente prescindir de esta biblioteca que, junto con el fondo documental Julio Urquijo del Koldo Mitxelena, es el soportes documental más rico de la provincia.

Si se necesitan estos fondos de biblioteca y estos incalculables tesoros que son los incunables en otros lugares, tienen el procedimiento moderno de la digitalización para se utilicen en cualquier parte del mundo. Cada libro incunable como mínimo está valorado en las subastas europeas y norteamericanas en más de un millón de las antiguas pesetas. ¿Cuántos incunables tiene Gipuzkoa como para que de un plumazo pueda prescindir de una treintena de los mismos?

No expoliemos al grupo cada vez más escaso de historiadores guipuzcoanos, sobre todo ahora que Gipuzkoa es la provincia que se ha quedado sin facultad de Historia en beneficio de las facultades hermanas de Bizkaia, Araba y Nafarroa. Nos hemos quedado sin facultad de Historia, pronto no tendremos investigadores de la historia guipuzcoana y ahora prescindimos con una generosidad masoquista de uno de los instrumentos tradicionales y de futuro que es una rica biblioteca con fondos de los siglos XVI, XVII, XVIII y XIX.

La Diputación de Gipuzkoa desde hace muchos años, y especialmente desde que fue diputado foral Anton Arbulu y en colaboración con el llorado Juan Plazaola, director del Instituto Ignacio de Loyola de la Universidad de Deusto, potenció la infraestructura de la sala de investigadores del archivo y de la biblioteca de Loyola. Esta trayectoria no se puede interrumpir, ya que el Santuario y la Santa Casa no sólo son la cuna de Ignacio de Loyola, sino que son junto con Roma un referente de primer orden de la Compañía de Jesús, un centro internacional de turismo y han sido y son un lugar de investigación y docencia desde que el proyectado Colegio de Nobles de Loyola quedó interrumpido por la expulsión de los jesuitas en 1767.

La responsabilidad social que ahora echo en falta se extiende a grandes grupos de guipuzcoanos, no sólo a los amantes de la genealogía y de la historia. La dictadura cultural que nos están imponiendo las instituciones y los partidos políticos están achatando la iniciativa social, no sólo individual, sino también de asociaciones y organizaciones populares que se están acogotando y achantando por miedo en sus expresiones más ricas y populares.

Faltan, por otra parte, en la sociedad guipuzcoana aquellos pequeños y grandes mecenas que en la historia han ido acompañando, dotando y respaldando las iniciativas individuales y los movimientos populares. Y uno de estos deberes sociales es el que ahora reclamo, a quien corresponda, en la defensa de nuestro patrimonio cultural.

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