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«Se buscan contructores locales en Helmand", en el sur de Afganistán

Marines y locales se reúnen para «sentar los cimientos de la reconstrucción» en una de las provincias más castigadas por la guerra afgana. Sin embargo, todo apunta a que la sureña Helmand seguirá siendo el mismo erial donde mueren muchos, y se enriquecen unos pocos.

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Karlos ZURUTUZA | Kabul

Sabemos que los regalos forman parte de la cultura afgana, pero no podemos aceptarlos, ni tampoco ofrecerles un contrato por simple amistad». El mensaje del mayor del cuerpo de marines en Helmand, Brian Lucero, no puede ser más claro. Ante él, 200 empresarios pastunes aplauden tras escuchar la traducción al dari del intérprete del regimiento.

«Queremos que el dinero de la reconstrucción se quede aquí, por eso contamos con ustedes, empresarios y empresarias de Helmand», continúa el marine, a pesar de la ausencia total de mujeres en la sala. Su silueta marcial se recorta contra el Power Point a sus espaldas: «profesionalidad», «respeto mutuo», «honestidad»... se puede leer en la diapositiva.

La presentación de la 4ª Conferencia Empresarial de Helmand se cierra con los últimos aplausos y una comida al aire libre a cuenta de los marines. Generosas raciones de arroz con pasas y carne se reparten desde un camión a todos los que se han acercado hoy al salón de actos de las oficinas del gobernador de Helmand. Los locales comen en el suelo en torno a las bandejas redondas; los marines, alineados en los bancos.

Manzana y plátano de postre

Tras la manzana y el plátano de postre, llega el momento que todos esperaban: el téte a téte con los marines distribuidos en diferentes puestos. 22,5 millones de dólares esperan a ser repartidos entre todos aquellos «comprometidos con la reconstrucción de su país». Pastunes en shalwar kamiz (ropa holgada local) y turbante se arremolinan alrededor de los uniformados ofreciéndoles sus tarjetas de visita. Sin duda, la que más recoge es la soldado Wilkins, que presta hoy servicio en camiseta y pantalones de camuflaje quizás algo ajustados para los conservadores estándares locales.

«Lo importante es que la reconstrucción se haga por y para los helmandíes -dice-. Pero tienen que entender que hay que hacerlo a la manera americana; todo tiene que ser transparente».

Calidad y calidad

Wahid, de apenas 30 años de edad, tiene ya su propia empresa de construcción. La de hoy es su primera conferencia empresarial.

«Tengo el mejor equipo para construir una buena carretera hasta Gereshk», asegura el joven emprendedor. Se refiere a ese tramo ya financiado con dinero anglodanés (52 millones de euros) hace dos años, pero cuyas obras todavía no han comenzado. «Estamos en ello», responde ante las quejas el gobernador de Helmand.

Ismatullah es ya un veterano curtido en tres de las cuatro conferencias empresariales en Helmand. Ha pedido permiso para subir al estrado durante y después de la presentación del mayor Lucero pero no le han dejado. Quería quejarse: «Hace dos años conseguí una subcontrata de un agente americano. Me dijo que comprara material por valor de 1,8 millones de afganis (30.000 euros) pero no he vuelto a saber nada de aquella empresa», asegura este pastún de Nadali, uno de los distritos más castigados por la guerra en Helmand.

Saif ha volado expresamente desde Kabul para la conferencia. Este natural de Tora Bora trabaja para Roshan, la principal compañía de telefonía afgana, pero también tiene su propia empresa de construcción. Asegura no haber conseguido un solo contrato desde que empezó hace ya dos años.

«Todas estas tarjetas que recogen los marines van directamente a la basura», dice decepcionado el pastún en el impecable inglés que aprendió en sus años de estudiante en Peshawar. «Los contratos se los llevan siempre los de dentro, empezando por el traductor. El que has visto hoy en la conferencia tiene su propia empresa de construcción, bastan mil dólares para establecer una legalmente. Y luego están también los allegados y familiares de los propios soldados, muchos de los cuales han creado sus propias empresas afganas. De cada 100 dólares que entran en Afganistán, 80 vuelven a Estados Unidos», asegura tajante.

«Yo aspiro a una subcontrata, aunque me conformaría con una sub-sub, o incluso una sub-sub-subcontrata», dice con ironía, pero sin exagerar, Abdul Hamid, natural de Lashkar Gah. «Lo poco que acaban construyendo acaba derrumbándose por la baja calidad de los materiales; estos marines son capaces de construir una escuela con sacos de arena», apunta, justo antes de presentarse al traductor del regimiento.

«Lo único que levantan concienzudamente son sus bases. Si vuelas de vuelta a Kabul, fíjate en el `monstruo' que han construido en Kandahar», indica Alí Reza. Se ha acercado hasta aquí por el «ambiente» y la comida gratis.

«¿Sabes cuánto cuesta un apartamento ruso de una habitación en Kabul? 100.000 dólares. Y es que la calidad se paga», dice Alí, añadiendo que «cada vez son más los que se acuerdan de Najibullah en Afganistán».

«Que Alá lo tenga en su gloria», recuerda al malogrado presidente comunista de Afganistán el pastún local. Tras él, un grupo de marines dobla ya caballetes y pancartas y apila tablas de contrachapado. Hasta la próxima.

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