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Mertxe AIZPURUA I Periodista

La eficacia

Buceando en el cajón de la memoria, en ése donde van depositándose sensaciones de todo tipo, he dado con la palabra esencial que determina lo que es hoy una democracia. Estaba suelta, en un rincón, como perdida junto a otros términos que quizá algún día sirvan para resolver un crucigrama, pero era evidente que aquella brillaba con luz propia para un destino concreto: eficacia. Eso era. Minutos antes el embajador de Venezuela en Madrid, con el gesto del que viene de muy lejos, había explicado ante los medios de comunicación que las declaraciones de detenidos vascos que implicaban a su país y su Gobierno habían podido ser forzadas. Lo de venir de muy lejos a veces tiene esto. Levantas un poco la caja de Pandora y, de golpe y en perfecta sincronía, te cierran los resortes como si el sistema fuese un gran horno pirolítico que sólo puede abrir Dios, si él quiere y si levanta hacia el cielo su dedo universal.

Eficacia del sistema, en fin. No hay mejor aval para este producto en el supermercado mundial de las democracias. La eficacia sin fisuras. Díganme si no, cómo es posible que no haya una juez, ni un secretario, ni una celadora, ni un policía, ni una guardia civil, ni un señor de la limpieza, ni la portera, ni el fiscal, ni la forense, ni... que no haya alguien, en fin, que siquiera una vez, haya visto algo sospechoso en esos territorios en los que nunca jamás, nadie no vio, de ninguna manera, signos de tortura.

La democracia es un reloj de precisión suiza o un horno con pirolixis, no sé. Será esto último. Dicen que es perfecto para limpiar conciencias a seiscientos grados de temperatura.

 
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