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Un año en el que se ha demostrado la dimensión de la apuesta de la izquierda abertzale

El miércoles de la semana que viene, 13 de octubre, se cumple un año de la operación policial en la que fueron detenidos en la sede del sindicato LAB de Donostia varios dirigentes de la izquierda abertzale. El Gobierno español pretendía abortar así el debate estratégico que se estaba produciendo dentro de la izquierda abertzale. Por orden del juez Baltasar Garzón, la Policía española detuvo a Arnaldo Otegi, Arkaitz Rodríguez, Miren Zabaleta, Sonia Jacinto, Rafa Díez, Rufi Etxeberria, Txelui Moreno, Amaia Esnal y Mañel Serra, acusados de promover ese debate. Las primeras cinco personas de esa lista fueron enviadas a prisión. Más tarde Rafa Díez saldría de la cárcel con fuertes restricciones a sus derechos básicos. Otegi, Rodríguez, Zabaleta y Jacinto permanecen hoy en día dispersados en cárceles del Estado español.

La detención de dirigentes políticos es una constante en la historia reciente de Euskal Herria. Desde la muerte de Franco, distintas generaciones de militantes independentistas han sufrido esta clase de arrestos y encarcelamientos, desde los tiempos de Jokin Gorostidi y Telesforo de Monzón hasta nuestros días. Esas operaciones siempre han tenido un objetivo común: «Generar una impresión de izquierda abertzale acorralada militar y judicialmente y, por lo tanto, obligada a plantear un escenario de negociación a la baja». Las palabras son de Arnaldo Otegi y vienen recogidas en el libro «Mañana, Euskal Herria».

Desde que ese libro fue editado, en 2005, Otegi ha pasado más de dos años en prisión, primero por un delito de opinión y este último año por, según afirma el auto de prisión de Garzón, intentar lograr «treguas encubiertas». Si Garzón estuviese en lo cierto el hecho de que ETA haya hecho pública recientemente su decisión de no llevar a cabo acciones armadas ofensivas sería la prueba de que la operación diseñada por el Ministerio de Interior español no ha logrado su objetivo y que el poder de Otegi transciende los altos muros tras los que lo tienen recluido y los kilómetros que le separan de su pueblo. Ambas cosas son ciertas, pero las pruebas de ello no tienen valor jurídico, sino político.

Un año frenético y fructífero

El año transcurrido desde la operación ha demostrado la dimensión del debate dado en la izquierda abertzale. En primer lugar, el documento «Clarificando la fase política y la estrategia» obtuvo un apoyo masivo entre la base social de la izquierda abertzale, con un récord de participación que tiene aún más mérito si se tienen en cuenta las condiciones en las que opera ese movimiento. Ese debate propició pasos como las declaraciones de Altsasu e Iruñea y el documento «Zutik Euskal Herria». En otro plano pero dentro de ese relato, la Declaración de Bruselas, suscrita por varios premios Nobel de la Paz y personalidades internacionales, supuso un importante espaldarazo para la credibilidad de ese debate, así como la constancia de los potenciales apoyos que un proceso democrático podría recibir en la esfera internacional de proseguir por el camino marcado. Todo ello se vio reforzado por el acuerdo estratégico independentista firmado por Eusko Alkartasuna y la izquierda abertzale, que a su vez propició nuevos pasos que desembocaron en el Acuerdo de Gernika, en el que cinco organizaciones políticas y otros 25 agentes sindicales y sociales suscribían un «acuerdo para un escenario de paz y soluciones democráticas». ETA por su parte ha realizado desde entonces diferentes declaraciones en las que, además de anunciar el mencionado alto el fuego, ha mostrado su compromiso con la Declaración de Bruselas y su voluntad de dar nuevos pasos en esa dirección. Entretanto ha habido movilizaciones multitudinarias en torno a diferentes cuestiones políticas, desde los derechos de los presos hasta los derechos y libertades, pasando por el Aberri Eguna. La represión ha sido otra constante, no cabe duda. Cabe reseñar la aparición del cuerpo de Jon Anza y los testimonios de torturas de los últimos detenidos.

Pero, sobre todo, en este periodo ha cambiado la atmósfera política y social. La ilusión va haciendo su camino frente a una apatía y un escepticismo sembrado precisamente por quienes se aferran al estado de las cosas y niegan la oportunidad de cambios que son positivos para todas las personas que viven en Euskal Herria.

Por todo ello no es de extrañar que diferentes personalidades del ámbito internacional hayan pedido la excarcelación inmediata del líder independentista. Desde la distancia debe resultar difícil comprender que, tal y como ha defendido siempre el propio Otegi, la izquierda abertzale tiene un modelo de dirección y una cultura militante con un componente colectivo muy importante. De hecho, ese componente no es exclusivo de la izquierda abertzale, y está presente en otros movimientos como el Congreso Nacional Africano.

La cuestión es que Arnaldo Otegi es, en este momento, algo más que el líder encarcelado de un partido político. Simboliza la determinación de un pueblo para lograr sus objetivos legítimos por medio de la lucha política y a través de medios pacíficos y democráticos. Sin duda, su encarcelamiento también muestra al mundo entero la cerrazón del Estado español al respecto.

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