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José Steinsleger | Periodista y escritor

Ecuador: golpismo y antigolpismo

 

Minimizar el fallido golpe de Estado en Ecuador, sostener que hubo un simple «motín policial», pontificar sobre sus causas desconociendo actores y contextos, implica algo más que ensayar «otra mirada». Es un modo de homogeneizar el discurso de los que subestiman el papel del imperialismo yanqui en América Latina, con las cotorras del Partido Mediático Universal (PMU).

Una vez más, izquierda y derecha unidas. No digieren que la «revolución ciudadana» del presidente Rafael Correa haya talado transversalmente partidos, movimientos sociales y otros estamentos del país andino. Pérdida de protagonismo político, difícil de soportar entre los que llevan el programa de la revolución mundial pegado en la frente, y el «altermundismo» sectario sin brújula política.

Olvidan, por enésima ocasión, que en la historia de América Latina siempre bastó la más suave brisa reformista para enardecer al imperio y a los afiliados al PMU. Fatalismo que se rompió en 2002, cuando el pueblo de Caracas empalideció a los golpistas venezolanos, y en 2009, cuando destaparon la olla hirviente de Honduras, país que a ver, cuánto nos importaba hasta entonces.

Circularon, claro, indignadas declaraciones de solidaridad. Y luego, menudearon los análisis acerca del «origen de clase» de Mel Zelaya, el presidente derrocado.

La Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) se pronunció de un modo ambivalente. ¿Sorprendió la posición de su brazo político? Pachakutik probó que algunos de los hijos del gran cacique Rumiñahui no le hacen asco a los euros de las fundaciones alemanas. Pachakutik apoyó la «justa acción de los servidores públicos» (o sea, de los golpistas), y pidió la renuncia de Correa.

Los «maoístas albaneses» (creáse o no) del Movimiento Popular Democrático (MPD, añejo comodín de izquierdas y derechas), respaldaron a los sediciosos. Sin mirarse en el espejo, algunos intelectuales despechados criticaron la soberbia del gobernante. Y mientras el vehículo militar empleado para liberar al presidente era baleado con armas de alto poder, oficiales de inteligencia del Ejército tomaban café con ellos, en la docta Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (Flacso).

Gobernar la república de Ecuador ha sido un oficio de alto riesgo. Su primer presidente, Antonio José de Sucre (1795-1830), segundo de Bolívar y Gran Mariscal de Ayacucho, no alcanzó a posesionarse. La oligarquía santanderista lo asesinó al sur de Colombia.

Gabriel García Moreno (1821-75), fundador del Partido Conservador, fue muerto por el disparo de un masón colombiano, y la pluma del pensador liberal Juan Montalvo. Eloy Alfaro (1842-1912), líder de la revolución liberal (1895), fue linchado en prisión. Una turba azuzada por las oligarquías arrastró el cadáver por las calles de Quito y lo incineró en el parque central El Ejido.

El temperamental José María Velasco Ibarra (1893-1979) fue elegido en cinco ocasiones y derrocado en cuatro. Jaime Roldós (1940-1981) murió en un misterioso accidente de aviación, jamás aclarado. León Febres Cordero (1931-2008), patriarca de la oligarquía, fue secuestrado en 1987 por un comando militar que exigía la liberación de un general izquierdista.

El increible presidente Abdalá Bucaram se volvió más loco de lo que estaba. Una poblada lo derrocó en 1997. En 2000, el democristiano Jamil Mahuad cayó por dolarizar la economía. En 2005, las masas echaron a patadas a Lucio Gutiérrez, general (R) del Ejército que ganó las elecciones con un discurso antimperialista, y se convirtió después en perro faldero de Washington.

Fuera de eso, Ecuador es un país extremadamente pacífico: en todo el siglo pasado, el número de víctimas de la represión clasista ha sido inferior al de un solo año de regímenes «democráticos» en la vecina Colombia.

No ha sido casual que la intentona haya tenido lugar en un país de la ALBA y la Unasur, a pocos días del triunfo arrollador de Chávez, y de los comicios presidenciales en Brasil. El tiro salió por la culata. Hartos de golpismo, los pueblos latinoamericanos han desarrollado una suerte de «alerta temprana», separando la paja del trigo. Reniegan del ultrismo izquierdista y de la cháchara narcotizante del PMU, único partido que le queda a las derechas.

Con una rodilla convaleciente, ajustándose los huevos, Correa enfrentó a los alzados en su madriguera. «Si quieren, mátenme», les dijo. Los ecuatorianos salieron nuevamente a las calles, y esta vez para defender al presidente. Su presidente. Esto se llama conciencia. Conciencia popular, conciencia ciudadana.

En democracia, las derechas son golpistas y las izquierdas antigolpistas. Frente a los golpes de Estado, relativizar las cosas es igual a hipocresía y cinismo. O bien, complicidad.

© La Jornada

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