ANÁLISIS | EL REPUNTE DE LA «EXTREMA DERECHA» EN EUROPA
Los (nuevos) rostros de la política conservadora del Viejo Continente
Las elecciones en Suecia y su posición de fuerza ante el nuevo Gobierno holandés del Partido de la Libertad han creado alarma ante otro repunte de la «extrema derecha». Un discurso a matizar si analizamos la historia de estos grupos y su presencia en la política europea.
Txente REKONDO Gabinete Vasco de Análisis Internacional (GAIN)
Tras la finalización de la II Guerra Mundial , con la derrota milizar del III Reich, se nos quiso vender una realidad en la que las expresiones políticas nazis y fascistas habían desaparecido, algo similar a lo que ocurriría posteriormente con la llamada transición española y el franquismo. Aunque en Alemania la campaña de desnazificación dificultó la presencia de partidos herederos del nazismo, a partir ya de 1946 comenzarían a surgir algunas formaciones marcadamente de extrema derecha, sobre todo a nivel regional, que se presentaron a las elecciones con escaso éxito (en torno al 10% en algunas regiones). Buena parte de los seguidores de Hitler habrían buscado acomodo en formaciones «del sistema», ingresando en las filas de los partidos conservadores alemanes.
Dando un salto importante en el tiempo asistimos a un «resurgir» de los rostros más reaccionarios de las fuerzas conservadoras europeas entre los años 1980 y 2000. El Frente Nacional francés, la Alianza Nacional o el Movimiento Social Italiano, el FPÖ en Austria, los republicanos alemanes o el British National Party son algunas de sus expresiones más conocidas.
Una nueva ola ultraderechista ha aparecido en Europa en los últimos años. La participación en las recientes elecciones de formaciones de ese tipo en Eslovaquia, Hungría, Holanda o Suecia es prueba de ello. Junto a ello cabe destacar el auge que en esta década han experimentado otras formaciones o personajes «populistas» como Berlusconi o Sarkozy (que a su vez han desplazado a las anteriores figuras mediáticas de la extrema derecha como Le Pen o Haider), o los éxitos electorales de formaciones derechistas «del sistema» en Alemania o Gran Bretaña.
Las elecciones de abril en Hungría demuestran que la presencia de formaciones de extrema derecha y de otras más «centradas» es compatible, y que además se retroalimentan. La victoria aplastante del partido conservador Fidesz ha llegado unida al tercer puesto en escaños de la extrema derecha del Jobbik (una organización con una milicia que desfila uniformada y con un claro mensaje reaccionario y populista).
Otro caso importante lo encontramos en Holanda, donde el éxito electoral del Partido de la Libertad (PVV) de Geert Wilders ha mostrado el avance conservador. Con un discurso claramente islamófobo (defiende el cierre de escuelas musulmanas, detener la inmigración y derribar las mezquitas) y populista ha sabido atraer votos descontentos, utilizando el Parlamento y los medios de comunicación para transmitir sus propuestas y conectar con el electorado. El equilibrismo ante este tipo de formaciones, evitando calificarlas como de extrema derecha, ayuda a que las mismas logren una cierta homologación por parte del sistema, y así son muchos los que defienden que políticos como Wilders no son el estereotipo de la ultraderecha, y se acercan más hacia posturas populistas.
La ideología de la extrema derecha nos presenta todo un abanico de posturas. La mayoría comparten algunos ejes ideológicos pero con matices locales importantes, y esas diferencias coyunturales entre los grupos de diferentes estados, con proyectos en ocasiones enfrentados, dificultan una estructura común transnacional (como se ha visto a la hora de formar un grupo en el parlamento europeo).
La defensa de un «nacionalismo» excluyente, la xenofobia y los ataques contra los musulmanes y otras minorías, el populismo, la utilización de los sentimientos contrarios al sistema y sobre todo el hartazgo de la población ante los partidos tradicionales, la defensa de un estado fuerte y posturas socioeconómicas diversas (neoliberalismo chauvinista), son algunos de los ejes del discurso ideológicos de esos partidos.
No obstante, en ocasiones las diferencias entre ellos son más que evidentes. Así, encontramos formaciones anti-musulmanas que defienden al mismo tiempo al estado sionista de Israel, lo que choca con la vieja escuela antisionista de la extrema derecha. Las formaciones reaccionarias del sur occidental de Europa tienden a presentar a los inmigrantes del este como «criminales y ladrones», acusándoles directamente de todos los males de sus estados. Tampoco hay que olvidar las disputas territoriales, pues muchas de esas expresiones extremistas defienden un proyecto de una «gran patria» reclamando territorios que hoy en día se encuentran bajo la frontera de otro estado.
Hay otro aspecto interesante en esa fotografía de la derecha europea. A día de hoy la mitad de los estados miembros de la UE no tiene ningún europarlamentario de formaciones de extrema derecha, lo que lleva a muchos a proclamar a los cuatro vientos que están libres de esos fenómenos. Es cierto que el peso de ese tipo de grupos en algunos estados es insignificante, pero una mirada detallada nos puede mostrar que su «invisibilidad» se debe a un cierto acomodo en otro tipo de formaciones, en esas de la «derecha homologada».
El auge de las tendencias populistas, beneficiarias del fracaso de las políticas y del discurso de la llamada «socialdemocracia» europea, ha frenado las expectativas de algunas formaciones de extrema derecha. Sin embargo, como en el caso español, los partidos que se autodefinen como «de izquierda» llevan tiempo promoviendo una «desideologización» del discurso político, apostando claramente por posturas «de centro» cuando no defienden las políticas de la «derecha homologada».
Así. no extrañan los intentos revisionistas de la historia (entre ellos la apología del franquismo), las posturas más reaccionarias en la iglesia católica española, y que la extrema derecha en definitiva, encuentre acomodo dentro de los partidos políticos de «centro-derecha».
Las posturas ultraconservadoras hace tiempo que tienen acomodo en el discurso político y en la clase política española, y si en otros estados como Francia e Italia, este tipo de proyectos tienden a aliarse con las fuerzas populistas y conservadoras de Sarkozy o Berlusconi, no sería de extrañar que algo similar ocurra al sur de los Pirineos.
En los próximos meses asistiremos a una especie de efecto dominó en otros estados europeos, donde los partidos de extrema derecha pueden aprovechar el tirón mediático y electoral de sus correligionarios. No obstante, y como en las anteriores oleadas, probablemente acaben desinflándose y pasen a engordar con su discurso a esos otros partidos de la «derecha homologada», que les acoge en su seno con los brazos abiertos.
El éxito electoral del Partido de la Libertad (PVV) de Wilders ha mostrado el claro avance conservador. Tanto que la derecha homologada ha alcanzado un acuerdo por el que los islamófobos darán apoyo parlamentario al Gobierno desde el exterior.
El Partido Demócratas de Suecia, igualmente islamófobo y contrario a la inmigración, ha irrumpido con fuerza en el Estado social por excelencia y se ha convertido en una fuerza que condicionará toda la política en el país escandinavo.
Las recientes elecciones en Hungría muestran que la presencia de formaciones de extrema derecha y de otras más centradas no sólo es compatible sino que unas y otras se retroalimentan. Jobbik, con su milicia fascista, es ya la tercera fuerza.
El FPÖ, del fallecido Jörg Haider, quedó el domingo como segunda fuerza más votada en las municipales de Viena con un 27% de los votos, sólo superada por los sociademócratas. La ultraderecha sacó un 12% más de apoyos.