CRÓNICA | ICONO DE LA LUCHA CONTRA EL APARTHEID
Las cartas de Mandela muestran sus luces y sombras
Cartas escritas en prisión, notas garabateadas durante el paso de los días, fragmentos de conversaciones: en una obra que aparecerá esta semana, Nelson Mandela muestra su intimidad, desvelando sus entusiasmos, sus dudas, así como el inmenso dolor que supuso permanecer encarcelado lejos de sus allegados.
Jerôme CARTILLIER France Presse
Textos compuestos hace muchos años por Madiba -que hoy tiene 92 años y aparece muy débil-, estas «Conversaciones conmigo mismo» dan forma a esta figura central del siglo XX, convertido en icono mundial de la reconciliación.
Prologado por el presidente de EEUU, Barack Obama, que aplaude una vida «en las antípodas del cinismo y del fatalismo que sacuden tan frecuentemente a nuestro mundo», el libro ve la luz hoy en varios países simultáneamente.
Su loco amor por Winnie (su segunda mujer), la vida de los años 50 en Johannesburgo, las tres décadas detrás de las barricadas, los años de transición y, de 1994 a 1999, los que pasó liderando un país que salía de medio siglo de apartheid: el libro repasa los diferentes momentos de su vida.
Documentos personales
Este conjunto de cartas, cuadernos íntimos, entrevistas -seleccionadas por otros, pero sin retocar- aclara aspectos sobre los periodos más desconocidos: los que preceden a sus 27 años de encarcelamiento (1962-1989).
Convertido en uno de los personajes centrales del Congreso Nacional Africano (ANC), Mandela tenía entonces una vida social densa y rica, con lazos de amistad con numerosos activistas antiapartheid blancos, como Ruth First, -«una chica fantástica»- que murió en 1982 en Mozambique tras recibir un paquete bomba.
El recuerdo de su viaje a Londres en 1962, -«era excitante encontrarse en Inglaterra, en la capital de lo que en otro tiempo fue el Imperio británico»-, da una idea de la curiosidad por conocer mundo y del ansia de saber que le animaba.
Su pasión por Winnie Madikizela, «valiente y con determinación, que amaba a su pueblo con todo su corazón», con la que se casó en 1958 (sería enviado a prisión cuatro años más tarde) recorre el libro.
En diciembre de 1979, en una carta dirigida a su hija Zindzi y que fue confiscada, escribió: «Mamá era fabulosa en esa época, resplandecía (...) Durante más de dos años, ella y yo vivimos una luna de miel en el verdadero sentido del término».
Los mensajes que recuerdan el dolor por no verla más -y saber que fue encarcelada por las fuerzas del régimen segregacionista- son también intensos.
«¡Qué espantosos momentos vivimos!», escribió en una carta dirigida a Winnie con fecha del 1 de agosto de 1970. «Tengo la impresión de que todas las partes de mi cuerpo, carne, sangre, huesos y alma no son más que bilis, por la impotencia absoluta por no poder ir a ayudarte en estos momentos terribles que atraviesas».
Pese a las presiones de sus editores, rechazó mencionar su separación, poco después de su liberación.
Vida en prisión
Sus cartas desde la penitenciaria de Robben Island, en la costa de El Cabo, donde pasó 18 de sus 27 años de encarcelamiento, cuentan, más allá del combate político, el sufrimiento de un preso.
En una carta a un amigo, Mandela describe la importancia de las visitas que rompen «una monotonía frustrante» en la que, cada día, aparecen «las mismas caras, las mismas conversaciones, los mismos olores, los mismos muros que suben hasta el cielo».
La autocrítica también está presente. El premio Nobel de la Paz de 1993 reconoce, en una carta, estar horrorizado por «la pedantería, la artificialidad y la falta de originalidad» de algunos de sus primeros escritos o discursos.
A lo largo de estos archivos personales aparece el deseo de Mandela de rectificar «una falsa imagen» que es consciente que se ha difundido en todo el mundo muy a su pesar: la de un santo.
«No lo he sido nunca, incluso si tomamos la definición terrenal según la cual un santo es un pecador que intenta mejorar», destaca.