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Jon Odriozola Periodista

De cante y arte jondo

Después asistí a unas charlas en euskera dadas en Baraka por Laura Mintegi y Bernardo Atxaga también ¡a sabiendas de que no iba a pillar nada! La cultura es curiosidad, diletantismo

Cuando va uno ya para carrocilla no le queda otra que hablar o comentar alguna anécdota o peripecia propia, lo que, sin duda, no es ejemplo de buen periodismo, pero es lo que tiene el columnismo.

El título de este articulillo puede llevar a engaño. Aviso que yo no tengo ni puta idea de flamenco, aunque, claro, después de leído el libro del colega y amigo Alfredo Grimaldos, «Historia social del flamenco» (en Península), alguna cartola se ha abierto bien que más por curiosidad intelectual que por riesgo de ser abducido por el «duende» que, por ejemplo, Rafael Sánchez Ferlosio, no entendiera y/o negara y que yo, ignoro, viendo a Camarón con Tomatito, envidio pues sé que algo me pierdo. Por lo tanto,conviene deshacer un equívoco. Del mismo modo, yo no me transverbero en experto flamencólogo por escribir sobre flamenco, no, no, lo que hago es pergeñar unas líneas sobre un libro que versa de flamencología, como si fuera una ciencia -algo que haría reír a los cantaores y con no poca razón pues ni lo pretenden ni aspiran a ello-, escrito por un amante del flamenco como es el periodista madrileño -y Madrid es la «tercera provincia» andaluza de la geografía flamenca junto a Sevilla y Cádiz, Utrera y Jerez- Grimaldos, de los pocos que saben deslindar entre la jondura y la pachanga. Y eso que es payo.

Sería por año 1967 cuando, con 12 primaveras, vi en el teatro de mi pueblo trufado de emigrantes, la industriosa y acrisolada Barakaldo, cuando se hacían festivales de Gpaña donde se «dignificaba», de alguna forma, la figura del artista del cante, el toque y el baile -que esto es el flamenco- rescatado de las sesiones privadas de posguerra ante los señoritos mayormente falangistas (Juanito Valderrama, por ejemplo, o Antonio Mairena o el padre de Paco de Lucía, payo también), que pagaban o no tras horas de juerga con vino (el whisky vino con las bases americanas) antes de que, en los años 50, llegaran los «tablaos» donde, cuando salía el artista, se callaba todo dios, y ya no se cantaba «al plato», lo que emancipó algo, económicamente, al cantaor, que ni sabía de derechos de autor ni ná. Decía que ví al siempre inquieto Enrique Morente acompañado por algún miembro de la saga Habichuela a la guitarra ¡a sabiendas de que no iba a entender ni ostia! No me importó en absoluto. Salí gratificado. Alguien, al lado mío, me dijo, joer, Jon, pero si es que no se les entiende ni lo que dicen, no me jodas, mascullan las palabras, se las jalan, a lo que repuse que tampoco entendía la letra de «La Bohème» de Aznavour, o «Penny Lane», y eso qué, aivalaostia, disfrutaba con el sonido, la cadencia, el ritmo, igual que un guiri. Algunos parsecs después, asistí a unas charlas en euskera dadas en Baraka por Laura Mintegi y Bernardo Atxaga también ¡a sabiendas de que no iba a pillar apenas nada! Lo que me importaba tres cojones: sólo quería oír el sonido del euskera arrebatado por tantos años de dictadura y no siendo, ya, guiri (o eso creo). La cultura es curiosidad,diletantismo. Rafa Castellano me dice que el «flamenco vasco» es la jota navarra (y aragonesa).

¿De qué va el libro? Voy a abrirlo ahora mismo, tengo curiosidad...

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