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Jose Luis Gómez Llanos Presidente de la Sociedad Vasca de evaluación de políticas públicas

La homologación sociológica del Plan Vasco de la Cultura

Y ¿ qué es eso de las comunidades culturales que la antropología habría alumbrado? O ¿dónde podemos agenciarnos una guía práctica de la «euskal kultura»?

Hace unos días en estas mismas páginas pudimos leer una tribuna de opinión titulada «El `Contrato ciudadano por las culturas': un pésimo comienzo», redactado por el catedrático de la UPV Ramón Zallo. A mi modo de ver contrariamente a la reserva que desde las primeras líneas dice invadirle, opina mucho y con escasa prudencia, lo que es por otra parte su más absoluto derecho a pesar de haber sido parte activa e ideológica en la producción del objeto que ha generado la discordia. En ese debate del que podría esperarse por su parte más distancia y sosiego se le adivina querer presentarse como experto ex profeso y equidistante en el cruce de acusaciones entre Gobierno vasco y oposición en una materia altamente sensible como es la política cultural.

El hecho que ciertos representantes institucionales de partidos diversos, por razones que solo ellos podrían aclarar aunque lo podemos adivinar, hayan aprobado parcialmente y desde un punto de vista técnico un plan cuyo sesgo ideológico es cuestionado, no dan el sello de inamovilidad democrática a los trabajos que a su resguardo se hayan producido. Pretender acuñar con el marchamo de inalterables y eternas ciertas políticas como sugiere R. Zallo supondría no entender por esa regla de tres la practica del voto cruzado y diametralmente opuestos según cada circunstancia en el seno inclusivo de un mismo partido político, practica usada por todos ellos sin excepción. Luego tomar por testigo a Encina Serrano o a otros consentimientos más o menos oportunistas o interesados, otorgados a cambio de compensaciones para su área o territorio, como síntoma de pluralidad del Plan Vasco de la Cultura parece extraído con fórceps. Pero a cada cual sus argumentos.

Pero, seria dejar de lado lo esencial situarse, en el terreno viscoso de la ideología, o ceñirse a calibrar el carácter más o menos identitario del agravio sufrido por el cambio de gobierno en el ámbito cultural, y no hacer un estricto análisis del Plan Vasco de la Cultura desde una lógica de la acción publica y la gestión cultural. Por ello me ha llamado la atención cuando R. Zallo dice: «...llama la atención que la nueva Consejería de Cultura del Gobierno, en vez de partir de las Orientaciones para el Plan Vasco de Cultura II: 2009-2012 -aprobado el pasado año por el Consejo Vasco de Cultura...». Los planteamientos estratégicos o estructurantes en la acción de un gobierno solo lo son de verdad, aquellos que se apoyan por lo menos en un 65 por ciento para arriba de la representación ciudadana y por consiguiente se ponen a salvo del riesgo de defenestración en caso de alternancia, cuando se quiere que esos cambios de mayoría no afecten a medidas que por definición impactos cuyos efectos solo se podrán ver a medio y largo plazo, en cualquier caso siempre tras período siempre mas amplios que los de una simple legislatura. Un ejecutivo que lidera de verdad debe velar celosamente por este aspecto de la gobernanza y no lamentarse que tras su recambio en el gobierno se recambie también su política. ¿El Plan Vasco se hizo con ese colchón de consenso indispensable para ponerlo a salvo de lo que inevitablemente ha sucedido con él?

Y también: ¿de dónde salieron y cómo se elaboraron Orientaciones del plan 2009-2012, segundo de la dinastía? A esta pregunta me gustaría que alguien me aporte una respuesta satisfactoria. Sin embargo si sé de donde tenía que haber salido y no fue así, las famosas Orientaciones, pero estas por el contrario se elaboraron careciendo de la mas mínima reflexión evaluativo del plan anterior. Ciertamente como para curarse en salud se hablaba de ello de refilón en algún documento interno, pero solo se trataba del seguimiento del grado de ejecución de las acciones planeadas, memorias, de acciones sectoriales, informes de datos estadísticos, el todo precedido por soberanas consideración de escaso interés evaluativo de esa retórica sedante que por arte de magia hace que notorias banalidades parezca descubrimientos decisivos.

El segundo plan preveía algo más, pero pese a ello, la «evaluación» encargada a toda prisa antes de dejar el Gobierno a la consultora externa, y dada por buena, es de una inoperatividad evaluativa pasmosa. En estas condiciones respecto a los dos universitarios albaceas de las buenas artes empleadas en la redacción del Plan Vasco de la Cultura según nos desvela R. Zallo, sólo cabe suponer que su supuesto asentimiento se deba a un estado de enajenación mental transitorio de los mismos.

Como tampoco entiendo a cuento de qué viene por ejemplo, el estigma que agita sobre todo planteamiento en «clave liberal para la cultura vasca» o en que se basa para pensar que Lourdes Azurmendi, recién estrenada viceconsejera del ramo, será mujer que con el euskera se limitará a «garantizar la satisfacción de la demanda, sin promoverla». Y ¿qué es eso de las comunidades culturales que la antropología habría alumbrado? O ¿donde podemos agenciarnos una guía práctica de la «euskal kultura»?

Bueno, algo sorprendente todo ello y poco riguroso. Aunque por lo menos nos hayamos percatado de toda la secuencia maléfica que se teje a nuestras espaldas gracias al relato mágico del amo del perro Txo.

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