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Iñaki Soto Licenciado en Filosofía

Securócratas

Las teorías conspirativas me repelen. Creo que inferir relaciones causales con un poder de influencia hiperbólica partiendo de un puñado de hechos aislados resta credibilidad a denuncias que, sin necesidad de suponer reuniones en clubes secretos o logias, son suficientemente graves y evidentes como para que la gente con principios democráticos y progresistas se oponga a ellas. Es decir, a menudo esa clase de teorías logran el objetivo opuesto al que buscan, desenfocando el problema a denunciar en favor de una trama. Evidentemente la falta de transparencia con la que opera el poder, hablando así, en abstracto, es denunciable. Pero también creo que el organigrama de los responsables de las miserias del mundo es en sí suficientemente claro como para que haga falta dotarle de tensión dramática. Las manos de esos responsables suelen estar oscurecidas por su negro proceder y por la nocturnidad con la que actúan, no por guantes que las enmascaren.

En ese sentido, creo que lo más peligroso no es un grupo de personas de un mismo credo fabulando sobre cómo cambiar el mundo en órganos paralelos al poder, sino ciertas ideologías y las agendas que éstas marcan dentro de los núcleos de poder. Las personas que defienden esas ideologías tenderán, naturalmente, a rodearse de personas afines. Estos les surtirán de los datos y las ideas que refuercen su posición y, llegado el caso, sumarán los votos que en una reunión empujen la balanza hacia un lado u otro. Y propagarán su ideología y colocarán a sus aliados en toda su estructura. Tan simple y tan complicado.

Los securócratas son esa clase de fenómeno y su influencia política ha crecido gracias a la «guerra contra el terror». El término lo acuñaron los republicanos en el proceso irlandés. Podría parecer una teoría conspirativa más, pero sus efectos son contrastables. Es significativo también que algunos responsables políticos británicos, aun sin aceptar las acusaciones del Sinn Fein, no hayan negado ni la existencia de esa perspectiva dentro del Estado ni su capacidad de influencia en determinados momentos de las negociaciones. Ellos mismos los padecieron. Lo importante, en todo caso, es no desviar la atención sobre los aspectos dramáticos y concentrarse en analizar los efectos de esa política. Esa es la única manera de debilitar esa posición en favor de otras más constructivas.

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