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CRÓNICA | Rescate de «los 33 de Atacama»

Los mineros remarcan que no son ni héroes ni artistas

El mundo entero dirigió ayer su mirada a la mina San José del desierto de Atacama, donde comenzó a devolverse a la vida a cada uno de los 33 mineros que el pasado 5 de agosto quedaron cautivos a 700 metros de profundidad a causa de un derrumbe. El campamento Esperanza vibró de alegría.

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Ruben PASCUAL

La alegría y la euforia inundaron ayer las inmediaciones de la mina San José de Copiapó a medida que se fue avanzando en el rescate de los 33 mineros que permanecían bloqueados a 700 metros desde hace dos meses, en lo que se ha convertido en un fenómeno mediático a nivel mundial, y ya se ha configurado como un hito que marcará un antes y un después en la historia de Chile.

El inicio del fin de la gesta de «los 33 de Atacama», como ya se les conoce, comenzó a las 5.10 de la madrugada [hora de Euskal Herria], cuando emergió de las entrañas de la tierra Florencio Ávalos, el primero de los obreros en ser rescatado. Había sido elegido para encabezar la lista de rescatados por su juventud y experiencia.

El ya tradicional cántico de «¡Chi, chi, chi, le, le, le... Los mineros de Chile!» retumbó entonces más fuerte que nunca en todo el campamento Esperanza, al ver que se cumplía aquel sueño -léase milagro- que durante 69 largas jornadas habían alimentado.

Atrás quedaban ya las seis últimas horas de un operativo sin precedentes, insólito también porque se produjo ante cientos de cámaras de todo el mundo. Los mineros comenzaron, poco a poco, aunque más rápido incluso de lo que se esperaba -según confirmó el mismo presidente chileno, Sebastián Piñera-, a recorrer, dentro de la cápsula «Fénix II», y a través de un ducto de 53 centímetros de diámetro, los 622 metros que les separaban de la libertad.

El primer socorrido, de 31 años, se fundió en un emocionante abrazo con su hijo de siete años, Byron, y su compañera, Mónica. También abrazó al presidente Piñera, quien desde la primera fila, saludó esta operación «sin comparación en la historia de la Humanidad».

Al mal tiempo...

Una hora después, la sirena sonora y luminosa que anunciaba cada rescate volvía a sonar en la desértica localidad de Copiapó (800 kilómetros al norte de Santiago) para recibir a Mario Sepúlveda. El que desempeñara el rol de animador y presentador de los vídeos que los obreros grabaron en su refugio, volvió a demostrar a su salida que posee un humor a prueba de fuego.

Llegó al grito de «¡Viva Chile, mierda!» y arrancó sonrisas a las miles de personas que en el campamento Esperanza permanecían pegadas a los televisores. Agitó sus brazos, lanzó vítores e incluso a los médicos les costó trasladarlo hasta la camilla donde debía ser atendido. Era el claro reflejo de un hombre que sólo quería celebrar su renovada libertad, ajeno a la ola mediática que los ha convertido en estrellas mundiales. Pidió no ser tratados así. Simplemente son «mineros trabajadores».

Tras él, emergió de las entrañas del yacimiento Juan Illanes, de 52 años, al que siguió el boliviano Carlos Mamani, de 23 años, único extranjero en el grupo de los 33 mineros bloqueados en San José.

El presidente boliviano, Evo Morales, quien se había desplazado a Copiapó para abrazar a su compatriota, y agradecer el esfuerzo de los equipos de rescate y la actitud del resto de los mineros por haberlo tratado «como uno más».

El mandatario afirmó que Mamani tenía abiertas las puertas del avión presidencial en caso de querer regresar a su país de origen. El trabajador agradeció el gesto, pero manifestó -según agencias- que por el momento permanecerá en Chile.

«Para el pueblo boliviano será inolvidable este esfuerzo (...), al pueblo chileno, muchas gracias por el rescate de nuestro hermano Carlos. Bolivia jamás va a olvidar, es un hecho histórico, inédito», declaró Morales.

Antes de izar a los primeros mineros, la cápsula «Fénix II» realizó un viaje de ida y vuelta de prueba, que sirvió para revisar el recorrido con una cámara de vídeo y detectar eventuales anomalías.

Tras confirmar que todo estaba correcto, el rescatador Manuel González descendió hasta el refugio de los mineros para explicarles el funcionamiento de la cápsula y el de su complejo sistema de comunicación. La jaula estaba pintada de rojo, blanco y azul, los colores de la enseña chilena.

Al ingresar en la cabina, cada uno de los trabajadores debía colocarse un casco con auriculares y micrófono inalámbrico, gafas oscuras para que la luz no les dañase los ojos, un cinturón biométrico, un traje térmico impermeable e incluso un vendaje para evitar trombosis en las piernas.

Cada cierto número de viajes, en principio cada ocho, la cápsula debía ser sometida a mantenimiento. Las labores eran, principalmente, de limpieza y engrase de los rodamientos que reducen la fricción con las rocas.

En un principio iba a ser empleada la cápsula «Fénix I», que fue probada el lunes, pero finalmente optaron por la número dos al considerar que era más apropiada para las labores de extracción de los mineros.

Estos trabajos se llevaron a cabo incluso más rápido de lo que estaba previsto. Las autoridades apuntaron que se rescataban a tres mineros por cada dos horas.

Una vez en la superficie, y tras los obligados saludos a los familiares -y el presidente Piñera, quien supo rentabilizar el eco mediático de este episodio final-, los mineros eran examinados en el hospital de campaña establecido al pie de la misma mina. Después eran trasladados al hospital de Copiapó, a 50 kilómetros del yacimiento, para permanecer 48 horas en observación. Solamente después, podrán regresar a sus respectivos hogares.

El orden de ascensión fue cuidadosamente diseñado por los equipos de rescate. Lo hicieron repartidos en tres grupos: primero, los más hábiles, después los más débiles -física o sicológicamente-, y finalmente, los más fuertes, capaces de soportar una espera tan prolongada.

Los «33 héroes», en un ejemplar signo de solidaridad, habían solicitado ser los últimos en abandonar el refugio.

Luis Urzúa debía ser el último en salir, siendo la persona que más tiempo ha estado bajo la superficie terrestre y que ha sobrevivido para contarlo.

A sus 54 años, Don Lucho fue el primero en hablar con el ministro de Minería, Laurence Golborne, para comunicar que todos se encontraban bien.

Sus dotes de liderazgo, demostradas al organizar a sus compañeros, racionar la comida, imponerles disciplina, tranquilizarlos y asignarles tareas para soportar mejor el encierro, además de imbuirles esperanza en todo momento. Pidió a los sicólogos reducir las comunicaciones con los familiares porque había mucho que hacer..

Todo apuntaba, al cierre de esta edición, que este episodio -que a buen seguro marcará un antes y un después en la trayectoria del país- se cerraría con un exitoso resultado.

Una vez estén todos a salvo, habrá que hacer las lecturas pertinentes y depurar responsabilidades. No hay que olvidar que esta trágica historia tiene su origen en un accidente producido en un yacimiento cuyas escasas medidas de seguridad ya habían sido sancionadas. Y el problema atañe a todo el sector minero de Chile.

días

El calvario de los mineros duró más de dos meses. El último en ser rescatado tendrá el dudoso honor de ser la persona que durante más tiempo ha sobrevivido bajo la superficie terrestre.

622

metros

Los mineros tuvieron que sobrevivir estos 69 días en un refugio situado a 622 metros de profundidad en las entrañas de las montañas del desierto de Atacama, al norte de Chile.

1.600

periodistas

En un principio, el Gobierno chileno sólo había acreditado a 400 periodistas. Finalmente, tras el eco mediático del asunto, había más de 1.600 periodistas extranjeros acreditados.

«No nos traten como artistas, somos mineros»

«¡Viva Chile, mierda!», gritó, antes de abandonar la cápsula «Fénix II» el minero Mario Sepúlveda. Era el segundo trabajador, del grupo de 33 en abandonar la mina San José, acercando cada vez más el cumplimiento del milagro.

Los alaridos de Sepúlveda ya se escuchaban antes incluso de que la jaula llegara a la superficie, lo que provocó risas entre autoridades y rescatadores. Sólo era un aperitivo de lo que instantes después protagonizaría este trabajador.

En un arranque de espontaneidad, repartió las piedras que había subido en una mochila y repartió besos, aplausos y abrazos a diestro y siniestro, sorprendiendo incluso al ministro de Minería, Laurence Golborne, a quien llamó «jefazo», y el presidente, Sebastián Piñera, a quien aprisionó entre sus brazos en al menos tres ocasiones. No era el momento para protocolos.

Durante su prolongada estancia en las entrañas de la tierra, ofició de «animador» y presentador en los vídeos en que los atrapados daban cuenta de su situación.

Este electricista de 39 años, con trayectoria de dirigente sindical, fue el único que compareció ayer ante los medios de comunicación, y en un alarde de humildad -que contrasta con la burbuja mediática en la que están sumidos-, pidió que no se les trate «como artistas» y que se le considere un «minero trabajador».

«Por favor, no nos traten como artistas, yo quiero que me sigan tratando como Mario Sepúlveda, como el minero trabajador», pidió el trabajador, a quien ya se conoce con el apodo de «Súper Mario». «Nací para morir amarraíto al yugo», agregó.

Sepúlveda se mostró «muy orgulloso» del Ejecutivo de La Moneda y de los trabajadores del sector minero. Sostuvo, en breves declaraciones a los medios, que el presidente del país «se merece estar donde está por el esfuerzo. Él es un personaje trabajador». No obstante, lanzó críticas a los mandos medios, que «no pueden actuar como lo han hecho hasta ahora», y exigió «cambios» en el históricamente castigado sector minero. R.P.

 

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