CRíTICA cine
«Vivir para siempre»
Mikel INSAUSTI
Una cosa es querer darle la vuelta a la enfermedad transformado el dolor en sano aliento vital y otra, bien distinta, falsear lo que es el sufrimiento propio de una situación terminal para presentarla como un cuento de miel. Hay un cine que se pretende milagroso, al extraer de la tragedia un realismo fantástico que deriva en un sentimiento de alegría que, en mi opinión, es en el fondo tan artificioso como maniqueo. Entiendo, no obstante, que esa carga de positivismo frente a la oscura idea de la muerte encuentre una buena recepción en un público mayoritario que busca en el cine motivos para ilusionarse. Y, sin duda, “Vivir para siempre” encandilará a muchos de los que se hayan emocionado antes con “Mi vida sin mi”, de Isabel Coixet; con “Millones”, de Danny Boyle; o con “Planta 4ª”, de Antonio Mercero. Si tuviera que buscar una definición genérica para esta clase de películas la elegida sería la de «drama feliz», que suena a plato familiar chino apto para todos los públicos.
Los productos cortados por el patrón buenrrollista de “Vivir para siempre” no suelen molestar u ofender a casi nadie, pero el peligro está en si a su responsable se le va la mano con el edulcorante. Gustavo Ron ha hecho una película de impecable factura internacional, pero a costa de una estética publicitaria que ni siquiera disimula, menos aún llegado el momento en que la mayor multinacional de los refrescos patrocina el viaje en dirigible del niño enfermo de leucemia. Ahí se entra ya de golpe en la resbaladiza vertiente de la rentabilidad de las campañas benéficas, relacionada con el modo más llevadero en que la sociedad del bienestar afronta tratamientos hospitalarios que no están al alcance de quienes no disponen de los mismos medios económicos. Por suerte, al pequeño protagonista de “Vivir para siempre” su familia le puede garantizar una muerte digna. No es nada demagógico lo que digo, ya que la novela de la joven autora Sally Nichols en que se basa la película se titula “Esto no es justo”.
