Mikel Insausti

 

Es un error comparar “Salidos de cuentas” con “Resacón en Las Vegas”, porque no tienen nada que ver entre sí, aunque ambas son hijas perfectamente reconocibles del talento para la comedia de un mismo padre, que es Todd Phillips. Durante la proyección de su anterior realización casi me ahogo de tanto reírme, mientras que viendo la nueva no hay espacio para la carcajada sonora, sino que te mantiene esbozando una leve sonrisa de principio a fin. “Salidos de cuentas” no busca la comicidad explosiva, ya que simplemente pretende hacer pasar al espectador un rato agradable. Lo consigue gracias al duelo estelar entre Robert Downey Jr. y Zach Galifianakis, dos actores completamente antagónicos, que ofrecen toda una lección sobre cómo superar las diferencias en apariencia irreconciliables para componer una historia de amistad difícil. Porque no tiene mérito ser amigos cuando hay muchas cosas en común, y encierra un mayor desafío sobrevivir a una relación peligrosa de las que dejan huella en el sentido más físico.

Aunque, siendo fiel a la tradición de las “buddy movies”, a Robert Downey Jr. le toca ser todo lo contrario que su compañero de reparto, su teórica seriedad guarda no poca ironía, sobre todo cuando afirma de forma harto convincente que nunca ha probado las drogas. Y, en cierta medida, hay algo de verdad puesto que su personaje va con los tiempos que corren, y el actor se ha depurado en la vida real. En cambio, Zach Galifianakis, en su calidad de gran humorista, pasa por alguien que se ha quedado desfasado, y que sigue vistiendo y comportándose como en los años 80, con su permanente, su chaleco con las máscaras griegas de la risa y del llanto en miniatura, y su cargamento de hierba para fumar. Una caricatura genial que lleva implícita el homenaje al clásico de John Hughes “Mejor solo que mal acompañado”, en cuanto comedia representativa de aquella década. Pero “Salidos de cuentas” es más película de carretera, con su pequeño anecdotario dado a los buenos secundarios.