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Escenarios tras la primera batalla perdida por Obama

Dabid LAZKANOITURBURU

Periodista

La historia electoral reciente de EEUU da fe de la creciente polarización del voto. La memoria es frágil y pocos recuerdan el «empate técnico» -para muchos simple robo- en las presidenciales de 2000 que encumbraron a Bush Junior sobre Al Gore.

En 2008, el entusiasmo por la histórica elección de Obama ocultó los buenos resultados cosechados entonces por su anodino rival republicano, John McCain.

El maniqueismo y la glorificación-demonización del triunfador forman parte de la cultura estadounidense, proclive, por tanto, a la polarización. Pero ésta responde cada vez menos al esquema tradicional demócratas-republicanos. Va más allá.

El Tea Party, que se ha revelado como el nuevo fenómeno de las elecciones del pasado martes, responde en buena medida a un esquema prepartidista. Incluso se podría decir que prepolítico.

En las antípodas -o quizás no tanto, por lo menos a nivel de base-, Obama encarnó para otros sectores la idea de la regeneración, de la refundación del país sobre nuevas bases, más allá de los politiqueros de Washington.

Politiqueros entre los que se incluye parte de la bancada demócrata, que tantos palos en las ruedas ha puesto en algunos planes de reforma impulsados por Obama en los dos últimos años.

La derrota parcial de los demócratas en los comicios podría tentar a Obama a seguir buscando componendas con los republicanos.

O servir de revulsivo para, con los poderes que le confiere el cargo, dar un verdadero impulso a su legislatura. El Tea Party no le votará nunca. Lo que tiene que asegurarse es el voto de los suyos. Que no son pocos.

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