Las producciones independientes de Luis Miñarro nunca se van de vacío de los festivales internacionales en los que participan y así «Aita» se llevó en el último Zinemaldia el premio a la Mejor Fotografía. Pero sería un error pensar en función de tal reconocimiento que el segundo largo del donostiarra Jose María de Orbe es un experimento esteticista, ya que se trata de una obra conceptual que tiene mucho de oteizana en lo relativo a la representación del vacío. El protagonismo de la película recae en una casa deshabitada, donde no se almacenan otros muebles que sus fantasmas de la memoria. El cineasta ha rodado la película en el Palacio de Murguia de Astigarraga, del que es propietario. Observando las paredes de esa herencia de familia, vio que los desconchones se asemejaban a fotogramas en descomposición, por lo que tuvo la idea de proyectar viejas películas mudas sobre unas paredes que hacen de pantallas.

El elemento humano es el otro invitado, aunque casi reducido a las presencias ocasionales del guarda y el párroco, ya que el palacio y la iglesia se tocan. Luis Pescador y Mikel Goenaga se interpretan a sí mismos, charlando sin guión, al igual que lo hacen en la vida real. Sus silencios acaban siendo más expresivos en medio de tanta soledad.