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BARCELONA, entre la abstención y el hastío

El recorrido por algunos de los colegios electorales de la capital catalana confirmaba el hastío y la desafección respecto a la clase política. El repunte a última hora de la participación apuntaba a un voto forzado para evitar una apisonadora convergente.

Alberto PRADILLA

Como estaba previsto, las elecciones celebradas ayer en Catalunya no movieron masas, aunque tampoco la anunciada fuga de electores fue tal. Finalmente, el empate técnico entre quienes acudieron a las urnas y los que optaron por quedarse en casa se decantó por los primeros. A última hora, fueron más quienes recurrieron al mal menor de depositar la papeleta, aunque fuese simplemente por no convertirse en el Joan Pérez de los vídeos de CiU. Por lo que pueda pasar los próximos cuatro años. Eso sí, la resignación marcaba los discursos de ambos sectores. Si algo resultaba obvio ayer en las calles de Barcelona es que la verdadera expectación llega hoy, con el derbi futbolístico Barça-Madrid, que logrará mover a las masas, al menos, con mayor entusiasmo. Ante una campaña electoral en la que ha faltado el debate, los argumentos para acudir o no a las urnas no eran nuevos. Básicamente, se repetían las mismas razones (o falta de ellas) que se han escuchado durante las últimas dos semanas: resignación, cansancio y falta de expectativas. Unas reflexiones que, curiosamente, compartían tanto los defensores del voto como los abstencionistas.

«Claro que he votado. Es un deber. Si tenemos la facultad de criticar, también debemos realizar el ejercicio de votar». Así se expresaba Alfonso Roig, barcelonés jubilado de 68 años, que aseguraba que su percepción es que «más o menos, hay la misma gente que en otras elecciones». La apelación a la responsabilidad, al votar para luego poder cuestionar las decisiones políticas, era el principal argumento esgrimido por quienes sí que se acercaron a las urnas. «La responsabilidad de votar es de todos y eso es lo que puede hacer que cambien las cosas», indicaba, junto a la Plaza de Catalunya, Andrea Arroyo, de 19 años.

A primera hora de la mañana, los colegios estaban vacíos. Como es habitual, las primeras horas del mediodía y la última de la tarde fueron las de más afluencia. Y eso que, como señalaba Jordi Sala, interventor de CiU, no había sido necesario recurrir al puerta a puerta por el barrio. «Lo más destacable es que ha participado gente de todas las procedencias», subrayaba Sala en el colegio electoral de Castella, en Cituat Vella, en el barrio del Raval. Con una participación que apenas superaba el 45%, este fue uno de los puntos negros del abstencionismo. A pesar de todo, Sala se mostraba satisfecho, especialmente porque este es un barrio con gran presencia inmigrante, uno de esos núcleos de población que se vaciarían si Josep Anglada, el candidato del xenófobo Plataforma per Catalunya, pudiera hacer realidad las ideas de su plataforma política. Menos satisfecho que el convergente, uno de los interventores de ERC respondía con cara de circunstancias ante la posibilidad de que los republicanos terminasen en 5º lugar, por debajo del PP e incluso de ICV. «La esperanza es lo último que se pierde. Tendremos que seguir trabajando para recuperar la confianza que hemos perdido», se excusaba.

«Nada va a cambiar»

Una cosa es votar y otra confiar en que sirva para algo. Aunque la mayoría de personas custodia su opción y no la hace pública, no hacía falta investigar demasiado para percibir a quién había votado cada uno dependiendo de la sonrisa que aparece en determinados rostros cuando se hablaba de futuro. «Costará salir de esto», aseguraban Gregorio Céspedes y María Martí en la Rambla de Catalunya. Ambos regresaban del colegio electoral a pesar de tener la certeza de que «nada va a cambiar».

El hecho de que la participación no se haya desplomado no significa que la credibilidad de la clase política catalana aumente. «No hay confianza», certificaba Céspedes. Obviamente, quienes directamente aprovecharon el domingo para hacer cualquier otra cosa que no fuese pasarse por el colegio ponían voz a eso que ha venido a denominarse desafección. «La gente está desencantada. Los políticos no plantean alternativas y da la sensación de que todos actúan igual», subrayaba Joaquín Ramírez en Plaça Universitat. Ni él ni su amigo Marc habían pasado por las urnas. Ni tampoco tenían intención de hacerlo. Aunque es cierto que los abstencionistas han sido menos de los que se esperaban. Este fenómeno puede estar motivado por el hecho de que, como explicaba Roger Martí, haya electores que, ante la posibilidad de una apisonadora convergente, hayan optado por votar tapándose la nariz.

No nos engañemos. El hecho de que se haya registrado un leve ascenso en la participación no implica un mayor interés por los comicios. De hecho, al margen de los carteles, que ya comenzaban a descolgarse, hoteles como el Majestic, en el Paseo de Gracia, reconvertido en cuartel general de CiU, eran los únicos elementos que recordaban que ayer se celebraban elecciones. A partir de hoy, la palabra volverá a ser exclusivamente de los políticos. Y la ciudadanía catalana seguirá igual de lejos que ayer.

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