Diplomacia e hipocresía
La última filtración de Wikileaks ha puesto en evidencia a la diplomacia estadounidense, capaz de espiar, entre otros muchos, a altos cargos de la ONU. No es ésa la más grave de entre las vulneraciones reveladas que Estados Unidos y la OTAN han cometido; en cualquier caso, muchos gobiernos y responsables políticos internacionales, por muy molesta que les resulte la verdad, arremeten contra quien ha mostrado al mundo todo un cúmulo de atrocidades cometidas en nombre de la libertad y la democracia, y recientemente también su hipocresía.
Entre los gobiernos que han denunciado las filtraciones, el francés, por medio de su portavoz, se solidarizaba con Washington y mostraba su disposición a «luchar contra lo que es una amenaza». No se refería a las prácticas conocidas o presumidas -muchas de ellas después confirmadas por las filtraciones- del Gobierno estadounidense y otros, dentro y fuera de sus fronteras, prácticas que, ésas sí, constituyen una verdadera amenaza para el mundo: se refería a la publicación de documentos que revelan, además de la hipocresía en que se asienta la diplomacia mundial, prácticas que desmienten fulminantemente el carácter democrático de los gobiernos que las fomentan o, como mínimo, las consienten. En Estados Unidos, varios congresistas y senadores no sólo han denunciado la publicación de los documentos, sino que además han sugerido la posibilidad de incluir a Wikileaks en la lista de organizaciones «terroristas».
Apelar al patriotismo o a la seguridad nacional para pedir el castigo de Wikileaks sólo puede entenderse como un extremo ejercicio de cinismo, o de totalitarismo. Buscar la gravedad en la publicación de los documentos y no en los actos revelados, flagrantes vulneraciones de los derechos humanos, casos de espionaje y corrupción... es un intento de matar al mensajero para evitar que quede en evidencia el fraude de quienes dicen actuar en nombre de una democracia que se supone debe garantizar, entre otros muchos, el derecho a la información.