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analisis : legalización de la izquierda abertzale

Algunas palabras son hechos políticos

La supuesta impermeabilidad de los gobiernos ante los pasos de la izquierda abertzale
forma parte de una estrategia con fecha de caducidad.

Iñaki IRIONDO I

Una de las principales tareas de los partidos y de los políticos es la de decir. El  dicho es su instrumento. Y salvo para aquellos que gobiernan y tienen a su disposición el boletín oficial correspondiente, tanta tinta empleada no siempre tiene una eficacia práctica. Ni siquiera en el parlamento. Enmiendas, mociones, preguntas, interpelaciones y proposiciones no de ley son letras y letras. Pero esos dichos son la mayor parte de los hechos de los políticos.

La penúltima excusa que han encontrado algunos dirigentes institucionales y de partidos para desdeñar la decisión de la izquierda abertzale de apostar exclusivamente por las vías políticas y pacíficas y rechazar el uso de la violencia o la amenaza de su utilización es que se trata de palabras. «Jeroglíficos», según Iñigo Urkullu. «Espíritus y voluntades», para Patxi López.

Cuando cualquier grupo parlamentario hace balance de su actividad muestra con orgullo un rosario de iniciativas que en su mayoría no son más que sustantivos, verbos, adjetivos, adverbios y preposiciones que no han llegado más allá de las actas de comisión o del diario de sesiones. Y son sus hechos. La demostración de su trabajo.

Sin embargo, cuando la izquierda abertzale adopta una decisión estratégica trascendental, que tiene tras de sí el balance de cincuenta años de su historia y de su lucha, horas de debate y la implicación de centenares de militantes, pretenden decir que no son más que palabras. Hablan Rubalcaba, Jáuregui y López de que quieren hechos y de que, como le gusta dejar caer a Urkullu, «la izquierda abertzale ya sabe lo que tiene que hacer».

Pero a estas alturas no cabe llevarse a engaño. No es que no se enteren. Todas esas declaraciones haciéndose los impermeables son parte de la estrategia acordada en largas horas de reuniones en La Moncloa, de intercambio de llamadas telefónicas y de mensajes.
Su objetivo es, por una parte, poder mantener la cohesión en las filas de «los demócratas» cada vez más reducidos al pacto PSE-PP y, por la otra, intentar evitar que las bases del independentismo se ilusionen para frenar así las energías que el optimismo podría liberar.

Ese inmovilismo es un hecho, pero no son más que palabras. Un muro que se puede romper con palabras que son hechos.

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