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Amparo LASHERAS, Periodista

Los poetas que no quieren callar, existen

A veces conviene solazar el espíritu. Aunque sólo sea por mantener el equilibrio mental, resulta gratificante hallar un espacio donde detener la prisa, recobrar el diálogo con lo que deseamos o nos gusta y encontrar las voces que hablan de lo que nunca decimos, de la fuerza de todas las verdades metidas en el minuto de un verso. Me refiero a ese escuchar o decir atento de la poesía. Esta semana me he reencontrado con Miguel Hernández casi por casualidad. Música y una sala donde la tarde dejaba de ser fría porque Miguel Hernández hablaba y hablaba del combate por la libertad, del desgarro del hambre, de la soledad de agarrar un arma, de la inocencia o la muerte que dice «quiero morir viviendo». Y he recordado cómo suenan los versos en una celda, cómo se rompen y se van en un papel blanco que no encuentra su sentido. En esa poesía trunca que dicen en Latinoamérica, escrita en la urgencia de una guerrilla sin ser poeta, existe un tiempo aparte donde se es todo y nada. Se es lo que se escribe, lo que se vive en un papel al que no pueden poner rejas. En el libro «Ataramiñe 10» existe mucha poesía de urgencia, de sonrisas y gritos que buscan la libertad más allá de una celda y de una página. Son poetas que no quieren callar. Y me he acordado de Cristina y me he preguntado si en la cárcel francesa de Bapaume aún conservará el cuaderno donde escribe versos; si, todavía, tendrá los poemas ordenados en el combate de esa libertad de pensar que nadie le podrá arrebatar. No sé si es tiempo de poesía, pero los poetas que no quieren callar siguen escribiendo.

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