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CRíTICA teatro

Sabor amargo

Carlos GIL

Se parte de una «versión teatral a cargo de Juanjo Seoane y Bernardo Sánchez», que convierte “El pisito” que Rafael Azcona escribió primero como novela y después fue una película firmada por él mismo en cuanto al guión y Marco Ferreri como director, que en mandos de otro cineasta, Pedro Olea como director, se nos ofrece con una puesta en escena que adolece, precisamente, de una estructura dramática que haga fluir la historia. Muy fragmentada, recurre demasiado al oscuro para cambiar de escenas y situaciones, lo que le dota de una lentitud que se acumula sobre una tenebrosa iluminación que anula la parte de referencia estética de cómic que propone la escenografía que acaba también diluida en su utilización mecánica de cambio de ambientes.

Pero la historia que cuenta es entrañable, toca el problema de la vivienda de una manera que podría rozar un neorrealismo de baja intensidad, retrata de manera muy amable una época, los años cincuenta del siglo pasado, no hiere, no profundiza, por lo que se queda en un sainete triste. Eso sí, en esta versión se salvan los personajes centrales, el trío protagonista y es así debido al acierto del reparto y a la perfecta unión entre actores y director para trabajar en la mima clave, arropados de manera muy eficaz por los secundarios que son los que van configurando el todo interpretativo, estando todos en un gran nivel.

El conjunto nos recuerda el teatro antiguo más convencional, en esta ocasión muy bien hecho, y por ello nos deja un sabor amargo.

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