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Y los murciélagos guiaron a las gentes a las cuevas...

Hay una leyenda que explica la aparición del murciélago a raíz de un desafío entre dios y el demonio para ver quién diseñaba mejor un pájaro: dios creó una golondrina y el demonio hizo un murciélago. Leyenda negra que no se corresponde con la realidad de un animal presente en Euskal Herria con hasta 25 especies, pero en situación de claro riesgo.

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Joseba VIVANCO

Cuenta la leyenda que hace miles de años, las gentes de Euskal Herria se asustaron por un cometa que, pensaron, había enviado Aita Urtzi para comunicarles algo. Por temor a Gaueko, el genio maligno de la noche, decidieron refugiarse en cuevas. Pero la repentina oscuridad les impedía dar con ellas y el temor aumentó al empezar a llover piedras del cielo. Por fortuna, Amalur decidió enviar a los murciélagos para que les guiaran hasta las grutas, salvándoles. Desde entonces, los murciélagos salen al anochecer y tienen un don especial para esquivar las piedras. En las cuevas, duermen cabeza abajo, para cuidar a los hombres. Por eso han sido históricamente apreciados y por eso Amalur los bendijo: «Nunca serán alcanzados por piedras que caigan del cielo, ni por saeta alguna, aunque sea arrojada por el mejor cazador».

Lo cierto es que frente a la aversión que hoy en día mucha gente siente hacia estos animales tan misteriosos por su desconocimiento, los baserritarras nunca han labrado leyenda negra alguna como la que pueda perseguir al lobo. Los murciélagos han habitado sus camarotes, sus establos, las ermitas, las oquedades de los viejos árboles... «Estaban acostumbrados a ellos», defiende Joxerra Aihartza, biólogo de la UPV-EHU y todo un experto en estos animales. «En Arratia, por ejemplo, el diente que se cae a los niños no se deja al Ratón Pérez, sino que se echa al tejado para que lo coja un murciélago», cuenta.

Aihartza y sus colaboradores saben mucho de esto. Llevan ya más de una década estudiando a estos «ratones ciegos», según su denominación etimológica del latín, de Mus muris (ratón) y caecus (ciego), aunque en realidad no tienen nada que ver con los roedores. Un trabajo de investigación y publicación que ha consolidado a este grupo de Ecología del Comportamiento y Evolución, dependiente del Departamento de Zoología y Biología Celular Animal, como uno de los punteros de Europa en este campo.

De su labor acabamos de tener conocimiento hace unos días tras trascender los estudios que llevan a cabo sobre una especie concreta de murciélago, el patudo, del cual han descubierto que es capaz de alimentarse de peces. «En 2003 ya publicamos un artículo sobre ello, pero no sabíamos si realmente esos restos de escamas en sus heces era porque comían peces o por otra razón. En Palestina e Italia otros investigadores también se percataron luego de ello. En 2005 lo pudimos comprobar en un estudio en cautividad y ahora lo que hemos logrado es grabarlo ya en el monte. Ahí está novedad», desgrana este experto.

Tecnología punta para su estudio

Pero su idilio con estos animales data de hace años. «Yo empecé en 1994, trabajando con vertebrados. El `Atlas de vertebrados continentales de la CAV' de 1985 recogía todos menos los quirópteros. No se sabía nada de ellos», recalca. Por aquel tiempo, Juan Tomás Alcalde, biólogo navarro, realizó una tesis sobre la población de murciélagos en Nafarroa; Aihartza decidió hacer lo propio en la parte occidental del territorio vasco. «Fue un trabajo básico, obteniendo datos de especies, colonias, ver cuáles estaban peor...». Y de ahí salió la protección como especie en peligro de extinción del murciélago mediterráneo de herradura.

La realidad era que no se sabía nada sobre esa especie tan delicada, pero no aquí, sino en ningún lado. «Y empezamos a trabajar. Era complicado, porque no se trataba de hacer un seguimiento de tejones, ginetas o visones, que era lo que habíamos hecho antes...», reconoce este biólogo. «Porque decir murciélago es como decir pez: hablamos de un montón de especies, un millar, cada una con su comportamiento», subraya, mostrándonos una dificultad que no es difícil imaginar.

Animales nocturnos, escurridizos, silenciosos, casi invisibles, protegidos por la oscuridad, que viven en hábitats complicados como cuevas. Gracias a los avances tecnológicos, desde hace unos quince años se ha avanzado mucho en el conocimiento de su ecología. «Hemos pasado a ponerles radiotransmisores que pesan menos de medio gramo, seguirlos a varios kilómetros de distancia, utilizar detectores con los cuales escuchar los ultrasonidos que emiten, grabarlos, analizarlos, identificar las especies por esa escucha, usar cámaras de infrarrojos sin molestarlos, cámaras termográficas... De ser el grupo menos estudiado ha pasado a tener para su estudio las tecnologías más avanzadas», detalla Aihartza.

Un seguimiento muy sofisticado para saber más de un animal que no deja de atraer a los investigadores: «Desde el punto de vista científico es sorprendente que, para ser tan pequeños, son muy muy complejos, con una tasa metabólica enorme, con un comportamiento social complejo, con una ecología espacial muy complicada, con una memoria importante, animales longevos, que se reproducen una vez al año y dan una sola cría... La gente piensa en ellos como ratones, que se reproducen rápido y mueren rápido, pero no es así. Y eso les convierte en animales terriblemente interesantes».

Una complejidad que se traslada a la falta de formación específica de los potenciales investigadores, no tanto en la faceta naturalista, sino para trabajar con toda esa tecnología. «En Europa hay miles de personas siguiendo murciélagos de forma amateur. Pero es como identificar aves: a simple vista puede ser más fácil hacerlo, pero hay pocos naturalistas que las puedan identificar por sus cantos. Pues en los murciélagos es parecido, pero más complicado aún», aclara.

Todo esto no ha impedido que el grupo dirigido por Aihartza -del que forman parte también dos profesores doctores más como Inazio Garin y Urtzi Goiti, un investigador doctor, Egoitz Salsamendi, y tres becarios predoctorales- se haya labrado en estos años un prestigio europeo de primera línea en este campo de investigación. Prueba de ello es su participación en proyectos que tratan de verificar el papel de los murciélagos como vectores de virus que puedan afectar al ser humano, caso del ébola africano.

Pero al grupo de biólogos lo que les preocupa, y mucho, es lo que sucede en Euskal Herria. En Europa hay alrededor de 40 especies de murciélagos, de las que unas 25 habitan en nuestras cuevas y bosques. «Tenemos una diversidad importante, pero en la CAV hay dos en peligro de extinción, tres en Nafarroa y, además, diez o doce especies vulnerables, otras que habría que cambiar y declararlas en peligro... Y todos están protegidos», dibuja Aihartza. El problema es que no se hace nada por su protección.

Planes de conservación en el cajón

«En 2001 nos pidieron planes de conservación que la ley obligaba al Gobierno vasco. Los entregamos ese año y desde entonces no se ha hecho absolutamente nada. Estamos desilusionados y enfadados. Hemos hecho muchos estudios con dinero de fondos europeos y aquí no se preocupan», expresa su malestar. Y pone un ejemplo: «Desaparecido o casi de Gipuzkoa y Araba, en Karrantza está una de las colonias de cría de murciélago mediterráneo de herradura más importantes de la península Ibérica. No se ha hecho nada. Proteger la cueva, pero eso es insuficiente. Nosotros vamos allí y nunca nadie nos ha pedido una autorización. La Administración sabe del valor de esa colonia, pero la voluntad es nula. Después de diez años, los planes de gestión se pudren en unas baldas...».

En la actualidad, una colaboradora, María Natal Fraile, realiza una tesis sobre la situación de riesgo del murciélago de Bechstein, una especie del forestal también en peligro de extinción, que se conocerá para la próxima primavera. Pero el panorama de estas especies no es nada alentador: cuevas y minas cerradas o pisoteadas durante años; pérdida de bosques maduros; tratamiento con pesticidas de las zonas de pinos y agrícolas que afectan a las poblaciones de polillas, alimento básico para muchas especies; restauraciones arquitectónicas que ciegan los tradicionales huecos en muros de piedra en edificios o puentes...

«La situación aquí es bastante similar a la del resto del continente -admite-, pero aquí no se aplica ninguna medida de protección». El hecho de que sean animales coloniales provoca que, ante la agresión a una colonia, ésta desaparece por completo.

En Ipar Euskal Herria la situación es diferente. «En general, bastante mejor en cuanto a calidad de hábitat, ya que allí se mantiene mejor el paisaje rural, con muchos setos vivos, combinación de praderas y bosques caducifolios diversos, etc», explica. «Hay poblaciones y colonias importantes de las especies más amenazadas aquí, como el murciélago mediterráneo de herradura, y la diversidad de quirópteros en general es mayor que en Hegoalde», añade.

Empeños como el de este grupo investigador de la UPV y otros biólogos y aficionados se están convirtiendo en sus últimos refugios. Si saber más de ellos no sirve para concienciar a las administraciones, quizá sí sea útil para malear el estigma con el que la gente observa a los murciélagos. «Cuando te dicen `¡qué asco!', yo les pregunto si han visto de cerca uno.... Pues, casi nadie. Y cuando lo ven, su cara, esos ojitos, cómo te mira...», le cambia el tono de voz a Joxerra Aihartza. «Mi consejo es que los miren de cerca», recomienda.

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