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Asteko elkarrizketa : rafael aguirre, una mirada a lo autóctono de la cultura

«El caserío y la familia son la base del mantenimiento de la cultura vasca»

Durante más de tres décadas ha compatibilizado su responsabilidad al frente del turismo en Donostia con su labor literaria. Más allá de la narrativa, ha volcado sus esfuerzos también en la investigación etnográfica, el folclore y el deporte rural. Medio centenar de libros lo atestiguan. Promotor de fiestas y demostraciones de las señas de identidad autóctona. Acaba de ingresar en la Real Sociedad Bascongada de los Amigos del País. Su tarjeta de presentación, un discurso basado en su última publicación sobre los influjos externos en el modo de ser vasco.

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Fermin MUNARRIZ I

En su último libro se plantea los influjos externos en el «modo de ser vasco». En plena globalización, ¿qué es ser vasco?
 
Creo que lo primero es sentirse vasco, perteneciente a una comunidad determinada, a un espacio geográfico, y sentirse poseedor de una serie de valores de tipo cultural; también desde el punto de vista económico, con unas facetas determinadas que nos ha dejado la historia de los últimos doscientos años. Es un sentimiento de pertenencia a una comunidad como existe en cualquier espacio geográfico. En nuestro caso es más acentuado porque, quizás, no hemos alcanzado esa frontera que para unos está en un límite y para  otros un poquito más lejos...

¿Además de los sentimientos y de la cultura y el idioma, hay otros ámbitos que articulan una comunidad; por ejemplo, la organización social, la economía, las costumbres...?
 
Al sentimiento de ser vasco se unen elementos como los que apunta. Primero el idioma, ese milagro de supervivencia que, rodeado por lenguas romances durante tantos siglos, se ha mantenido hasta nuestros días; por supuesto, en una cultura con una singularidad muy peculiar. También están las costumbres, las tradiciones y un folclore absolutamente insólitos, singulares y totalmente distintos, no solamente de lo que existe alrededor, sino también de otros lugares del mundo, y que además impregnan la parte de la comunidad vasca más autóctona, el mundo rural. Todos esos aspectos marcan un territorio y dan una peculiaridad a nuestra sociedad y la definen.

Se pregunta usted en su libro y yo se lo vuelvo a plantear: «¿Cómo es posible que estos rasgos definitorios de lo vasco han podido llegar hasta nuestros días relativamente incólumes?»

Influyen varias razones; la primera es la configuración del territorio, con una orografía formada por valles y pequeñas cadenas de montaña que impiden el acceso fácil y que hacen que algunos territorios se mantengan incólumes al asalto de otras tradiciones. También esa geografía ha mantenido espacios familiares donde la transmisión oral ha sido fortísima. El caserío -el baserri- ha sido la base de ese mantenimiento. El apego a la familia, que en todos los sitios es muy fuerte, aquí ha sido particularmente intenso. Todos los que han estudiado el tema, desde Wilhelm Humboldt o Rodney Gallop hasta José Miguel Barandiaran, apuntan a lo mismo: ese sentido de pertenencia a la familia y a una comunidad, transmitido a través de los valores del baserri -que es donde se transmiten las creencias, el idioma, las costumbres- ha sido un factor fundamental de mantenimiento de la cultura.

¿Qué papel ha tenido la mujer en esa transmisión cultural?

Más importante que el del hombre, sin duda. El hombre tenía contacto con el mundo exterior, la mujer estaba recluida en el baserri o el pueblo. Por ejemplo, los arrantzales salían en la trainera de pesca, ponían la vela y, con viento este, viajaban hacia Occidente; allá descargaban la captura y volvían. Ellos tenían un contacto con otras culturas. Hay estudios de finales del siglo XIX y comienzos del XX sobre las sazoneras y conserveras de Getaria, por ejemplo, que dicen que el 90% de las mujeres no sabían prácticamente una palabra de castellano; no tenían relación con el exterior. Otras mujeres vendían los productos del campo en las ciudades y aprendían un poco, pero era el hombre el que tenía mayor contacto con las lenguas que lo rodeaban. La mujer era prácticamente monolingüe y era la que se encargaba de la educación de los hijos y la que transmitía el idioma sin ningún tipo de interferencias.

¿Cómo influye el declive del mundo rural en la desaparición de los rasgos autóctonos ?

El declive rural ha sido progresivo pero se ha acelerado hace treinta o cuarenta años, coincidiendo con la llegada de la democracia y la oficialización del euskara. Los jóvenes se han incorporado al euskara a través de la enseñanza, de una manera que antes parecía imposible. De hecho, el euskara se ha introducido en nuevos ámbitos urbanos. Y ahora los jóvenes de 30 años para abajo se pueden comunicar en euskara; unos con más dificultad que otros -dependiendo del modelo educativo elegido- pero la inmensa mayoría lo ha incorporado. Sin embargo, en el mundo rural determinadas costumbres se han mantenido pero otras han desaparecido casi por completo; por ejemplo, el herri kirola, que en castellano se llama deporte rural y está muy bien definido. El descenso de público y afición es realmente dramático. Determinadas costumbres del país se han venido abajo.

¿Cuáles han sido los principales influjos externos en ese modo de ser que usted menciona?

Han sido variados, según el área, pero también hay campos en los que no ha habido prácticamente influjo. En el baserri, por ejemplo, al ir por Bizkaia -con unas características muy clásicas: vertiente a dos aguas, grandes aleros, vanos...- y pasar a Cantabria, el tipo de vivienda rural cambia completamente.

En el mundo naval se adopta en todo el Cantábrico -al menos en la pesca- la construcción en liso, no en tabladillo al estilo mediterráneo. Este mundo está mucho más influido pero aquí se hacen embarcaciones más ágiles, mejor construidas. A medida que vas hacia el oeste, cogen peso, se hacen más rudas, tienen menos estilo... Las embarcaciones de cabotaje, en cambio, son prácticamente iguales.

El deporte rural es absolutamente autóctono; sin embargo, los juegos infantiles eran exactamente los mismos que se jugaban en otras culturas.

Nuestra danza tiene unas particularidades propias y definidas. Como en otras costumbres, cuanto más te centras en Gipuzkoa y Bizkaia, sobre todo en las zonas más vascófonas, más distintas son de las danzas mediterráneas. Como dice Juan Antonio Urbeltz, están cargadas de un dinamismo enorme, requieren gran carga de energía física... También diríamos que el traje no tiene tanta importancia.

En instrumentos musicales, el txistu se identifica con los momentos más solemnes del hombre y la mujer vascos, pero es un elemento común a otras culturas: es un tubo con tres agujeros en el que se proyecta aire; los primeros son huesos humanos que aparecen en la prehistoria, en el neolítico. Sin embargo, el instrumento que más define en este momento a los euskaldunes es la trikitixa. Está documentado que nos llega con los trabajadores que construyeron los trenes de los Alpes a mitad siglo XIX y que vinieron aquí a hacer el tramo más difícil del ferrocarril del norte -de Zumarraga a Alsasua-. En sus equipajes trajeron el acordeón diatónico y lo introdujeron precisamente en esa zona. La trikitixa se ha incorporado a nuestra cultura.

Usted ha estudiado el deporte autóctono. ¿Qué papel tiene en la idiosincrasia de un pueblo?

Tiene mucha importancia. Todas son modalidades que surgen espontáneamente; son trabajos que el baserritarra realiza cada día: tiene que cortar la hierba para alimentar al ganado cuando esté estabulado; tiene que crear unas cercas con enormes piedras que tiene que levantar y poner en su sitio; tiene que coger la aizkora y salir al bosque para cortar la madera para sus utensilios y para el fuego del hogar; sale con sus bueyes a labrar la tierra... Y el baserritarra ha hecho que todas estas manifestaciones del trabajo diario se conviertan en un desafío al vecino y se hayan transformado en deportes, juegos o diversiones, donde tiene un papel fundamental la apuesta.

¿El deporte rural vasco tiene algún tipo de paralelismo en otras regiones del mundo?

Rotundamente, no. En Australia podría compararse, en cierto modo, lo que es la aizkora pero con algunas diferencias. Los australianos documentan su origen hacia 1870-80; podría haber relación con un pequeño grupo de los primeros inmigrantes vascos que llegaron allí. Hay dudas de si existía algo allá previamente; lo cierto es que los vascos introdujeron de alguna forma el deporte de la aizkora. Y en Australia, el deporte nacional, aparte del rugby, es el hacha. Yo he estado en diversas zonas del país y he comprobado que en Nueva Gales del Sur, por ejemplo, había diez mil licencias de aizkolaris; pero las pruebas no tienen nada que ver con lo nuestro: son a un tronco, de eucalipto, muy rápidas... Las características son muy distintas.

Por otra parte, recientemente han estado aquí segalaris austriacos. En las fiestas del pueblo hacen competiciones que duran cinco minutos. Aquí, los segalaris, como todo deporte autóctono, han bajado muchísimo por esa desaparición del mundo rural, pero hace treinta años las apuestas eran de dos horas cortando hierba y atraían a miles de personas.

Más que juego por disfrute parecen modalidades extremas relacionadas con la fuerza, con la resistencia...

Efectivamente, y basadas en la apuesta. Los lasterkaris o korrikalaris han desaparecido por la proliferación de otras pruebas populares, maratones, etc... pero en el pasado había pruebas Getaria-Zarautz-Aia que eran habituales en los desafíos. Otra muy frecuente, a principios de siglo XX, era Tolosa-Pamplona e incluso Tolosa-Pamplona-Tolosa. Todas las pruebas eran de una dureza extrema.

En los juegos folclóricos de las Highlands en Escocia sí hay levantamiento de piedra, pero se levanta una de 25 o 30 kilos y se lanza, y es dentro de un marco totalmente folclórico; no hay la «salsa» de las apuestas.

Las pruebas del arrastre de piedras de bueyes, ahora están muy limitadas -los akuilus no pueden herir al animal-, el peso de la piedra tampoco puede pasar de una determinada carga... Antes las pruebas eran de una hora de duración. En el caso de los aizkolaris ha habido desafíos que han pasado de las cuatro horas y media... Son pruebas llevadas al extremo; lo otro son juegos de diversión, pero lo nuestro son pruebas de una energía física absoluta...

¿Tal vez por eso ha quedado la mujer fuera de este espacio?

Efectivamente, pero en otros deportes también ha ocurrido. La mujer se ha incorporado al deporte hace muy poco tiempo, con una excepción que a veces olvidamos: las raquetistas en pelota, en los años veinte y treinta. Jugaban con raqueta o con paleta y pelota de goma en el frontón. Y había apuestas; eran profesionales. Todas se llamaban «Txikita de tal»... Llegaban a jugar en Madrid; no olvidemos que el siglo pasado se jugaba a pelota en los cinco continentes y en sitios como Shanghai, Singapur, Manila, California...

Conforme la sociedad se urbaniza van desapareciendo deportes autóctonos. Sin embargo, la pelota y las regatas parecen vivir una época dorada...

Son las dos manifestaciones con mayor éxito social. No obstante, en la pelota encontramos fotografías antiguas con afluencias muy notables. La pelota se ha concentrado especialmente en una modalidad: la mano, pero ¿qué pasa con las demás? El remonte está subsistiendo en Galarreta pero acude muy poca gente. En cesta punta también es prácticamente testimonial lo que se hace en Gernika y Markina... El trinkete se mantiene en Iparralde, pero le falta algo porque la legislación francesa prohíbe apuestas en los espectáculos deportivos...

Las estropadak, efectivamente, tienen atracción social y mediática pero en los años veinte y treinta había incluso más público que ahora. Viendo algunas fotografías te quedas realmente sorprendido.

¿Quién sería para usted el gran deportista vasco por méritos?

En este momento, Xabi Alonso es nuestro deportista más universal. Y como personaje más conocido, quizás sería José Luis Korta, que es un hombre tremendamente mediático y además ha hecho muchísimo por el remo. Dentro de la aizkora, Mindegia ha sido un fenómeno y, a pesar de tener 61 años, sigue compitiendo a altísimo nivel...

¿Qué opina de la demanda de selecciones vascas? ¿La oficialidad serviría también para estimular estas modalidades?

Sí, aunque para la supervivencia de los deportes autóctonos, yo creo que no porque sería difícil una confrontación con otra selección exterior. Bueno, hace cinco años organizamos el Campeonato Mundial de Aizkolaris entre Estados Unidos, Australia, Nueva Zelanda y la selección vasca en Illunbe. Siguiendo las indicaciones de Martxel Toledo [coordinador de ESAIT] nos acomodamos a las directrices de banderas, himnos... y fue una cosa muy solemne en ese aspecto.

Para hacer una selección -sobre todo si lo quiere la gente-, tiene que ser de un deporte que se practique en otros sitios. Yo creo que sería un bonito motivo de referéndum; la pregunta habría que matizarla: qué espacios abarca, etc... pero me parece muy interesante.

Luego, ese debate de Euskadi/Euskal Herria me parece... No creo que haya que meterse en muchas historias... La diferencia está en que Cataluña tiene cuatro territorios muy marcados y nosotros tenemos... según la interpretación de cada uno. Es más extenso, más vago, lo político no se corresponde con lo cultural... Hay territorios que se incluyen en las siete provincias pero no se sienten pertenecientes a la comunidad, como sería, por ejemplo, el sur de Navarra. Pero la existencia de una selección -sea cual sea el título que tenga: Euskal Herria o Euskadi- me parece fundamental.

¿Ve en las nuevas generaciones interés por conocer y transmitir las señas de identidad vasca?

Ahora es más fácil acceder al tema fundamental, que es el idioma; antes había que hacer un acto de fe, había que sacrificarse para llegar a ese conocimiento y mantener aquello... En general, sí creo que la gente es consciente, pero tampoco veo a los jóvenes muy interesados; por ejemplo, no entiendo cómo no hay más jóvenes que toquen la trikitixa. En otros lugares, los instrumentos autóctonos se enseñan en la propia escuela. Creo que debería haber más apoyo a la música autóctona. No veo una conciencia muy clara de que haya que mantener esos signos de identidad. Otro ejemplo: los grupos de baile. Tuvieron una vida gloriosa en los años sesenta y setenta... Ya prácticamente han desaparecido. Da pena que sea así; pero, a la hora de decidir, los jóvenes tienen tantas opciones, tantos deportes, tantas estudios complementarios... que el tiempo para los hobbies es mucho más reducido.

¿Tal vez la globalización nos está uniformando?

Sin duda, en todos los aspectos. Hace dos generaciones, si alguien quería hacer deporte tenía el fútbol o la pelota... Tal vez un poco de atletismo... Ahora, en cambio, tienen todo tipo de modalidades. Pero además se multiplican las opciones; antes había ciclismo y ahora hay no sé cuántas modalidades de bicicleta. Hay una globalización y, en consecuencia, una disminución de la práctica de cosas autóctonas a todos los niveles: la danza, la música, el deporte...

Usted ha trabajado muchos años en el ámbito del turismo. ¿De qué manera influye este fenómeno en una sociedad?

El turismo no nos quita absolutamente nada. Aquí no se ha instalado una población estable como en el Mediterráneo, donde tampoco creo que influya mucho porque hacen núcleos cerrados. Incluso podríamos decir al revés: al turista le encanta ver lo que es distinto a su tierra.

¿Cree que un turista que llega a Euskal Herria percibe estar en un país diferente a sus vecinos?

Depende... El turismo estatal es el mayoritario... Por otra parte, el turismo que recibimos es de un nivel cultural y económico superior a otras zonas; aquí no existen los clásicos grupos de ingleses o de alemanes que viajan para beber... Aquí se viene con otro interés; y la prueba está en que se va a ver el Guggenheim, se viene a comer en restaurantes de estrellas... La gente que viene aquí está más concienciada, ha elegido porque piensa que es un territorio distinto y percibe y sabe que es una comunidad diferente. Antes se tendía a identificar el País Vasco con la violencia pero creo que esto se ha superado ahora y la gente viene con conciencia de que llega a un sitio con personalidad.

¿Esa personalidad puede ser incluso un atractivo turístico?

Sin duda. El turismo de un cierto nivel -aparte de sol y playa- se mueve por otras razones. ¿Qué espectáculo tiene gancho para atraer gente? En las regatas, por ejemplo, no ves extranjeros... Quizás no se venden bien los espectáculos como la pelota. Recuerdo que con los grupos de ciudades hermanas hacíamos un recorrido típico que era comer en Getaria y, a la vuelta, íbamos a Galarreta a ver remonte, que es una modalidad preciosa, y se quedaban alucinados...

¿Tal vez no sabemos vender nuestros propios productos?

Así es, pero no sabemos venderlos ni para nosotros mismos...

«Nire aitaren etxea defendatuko dut», escribía Aresti. ¿Es tal vez eso lo que ha permitido sobrevivir la personalidad vasca?

Creo sinceramente que sí. Es el ámbito familiar, tan fortísimo en el mundo vasco, como el baserri, donde se ha dado la transmisión de virtudes, de creencias... Creo que Gabriel Aresti tenía toda la razón: la casa del padre es la base de la cultura.

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