Maite Ubiria, Periodista
Tengo una debilidad...
Por lo demás compartida por millones de personas. Me debato a diario, como ellas, entre las dos esferas en las que habitamos los humanos del siglo XXI. Bueno, aquellos seres, ciertamente privilegiados, que no peleamos, no al menos de momento, por la pura subsistencia.
Camino, como ellas, sobre un asfalto que se templa con el calor de mil pasos, las más de las veces justos, otras simplemente apresurados. Y, en el reducto profesional o en el intimo -difícil está encontrar la frontera- vuelo, o eso creo, más allá del mero espacio convencional.
Tengo una debilidad, la de surfear, abrir y cerrar ventanas, descargar o resistir a la tentación. La debilidad de saltar sin red, de bucear sin límites aparentes, pero con el firme propósito de explorar más allá sin borrarme del mundo real.
A la luz de los últimos acontecimientos, o la debilidad de unos no era tal o la fortaleza de los otros tampoco. Pero algo se ha quebrado y ha hecho desaparecer, por un momento, quizás sólo por un poderoso instante, la doble dimensión. Internet se ha colado ruidosamente para azotar al mundo legítimo con un sinfín de revelaciones, no siempre indispensables, pero que tienen la importancia singular de probar la debilidad del poder, la flaqueza de la seguridad del liberticida.
Mientras, 35.000 ciudadanos han secundado un manifiesto que llama a retirar dinero de los bancos. Y lo que podría haber sido otra «historieta de internet» se ha convertido en un asunto de primer orden en la agenda política.
La debilidad de partida se ha mutado en fortaleza por la acción de los portavoces del Gobierno de Sarkozy, que han lanzado una arremetida desproporcionada contra Eric Cantona, como antes blandieron la amenaza para impedir que Wikileaks encontrara refugio en un servidor francés.
Y con esa actitud bronca no han logrado sino entregar un triunfo a esa parte de la opinión pública, ciertamente privilegiada, que dispone de los medios para alzarse, virtualmente, ojala que también en la realidad, frente a un oscuro mundo.
Una idea expuesta en una pantalla virtual, las más de las veces por mero desahogo personal, tiene una fortaleza limitada, pero cuando emerge un pensamiento que se proyecta a sí mismo como revolucionario y conecta, para hacer red, con una sociedad ávida de respuestas, entonces aflora un motor de cambio.