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El valor del periodismo, el retrato de las obsesiones del poder y una moraleja

Las perspectivas desde las que se puede analizar el fenómeno Wikileaks son multiples y todas ellas tienen elementos interesantes para el debate público. Desde la perspectiva de la geopolítica, el espionaje, la diplomacia, las nuevas tecnologías, la cultura política... el caso Wikileaks contiene cuestiones centrales que afectan a la manera en la que se organizan las sociedades y las relaciones internacionales, cuestiones que afectan al concepto mismo de democracia. Es significativo que aquellos que desean evitar las implicaciones políticas profundas de estos debates intenten reducir la cuestión al concepto de seguridad. Que los responsables de la muerte de miles de civiles en Irak y Afganistán acusen a Wikileaks de «poner en peligro la seguridad de personas» es una muestra de cinismo en estado puro.

Sin embargo, a falta de conocer aún la mayor parte del contenido de los cables filtrados, uno de los debates más interesantes que está promoviendo este caso es el relativo al periodismo y su función social. Un oficio que, en palabras de Ryszard Kapuscinski, no es apto para cínicos. Las filtraciones de Wikileaks en Internet y su publicación en medios de comunicación tradicionales han roto algunos de los esquemas clásicos sobre este oficio. Se dan además en un contexto donde a las crisis estructurales en la economía y la política se les suma una crisis particular: la de los medios de comunicación, en general, y más en concreto la crisis de la prensa escrita. La decadencia de esos medios contrasta con la evidencia de que una sociedad necesita de los mismos para poder defenderse de los excesos de poder.

El documentalista John Pilger, conocido por sus reportajes en la guerra de Vietnam y quien, junto al cineasta Ken Loach, ha presentado sin éxito garantías económicas ante la corte de Westminster para pagar una fianza al fundador de Wikileaks, Julian Assange, lanza precisamente mañana un nuevo documental titulado «The war you don't see» (La guerra que no ves). En él denuncia la manera en la que los medios de comunicación afines al establishment reniegan de su función social para justificar guerras y desmanes de todo tipo. El documental es, ante todo, una reivindicación de la función social y política del periodismo. En contraposición a esa concepción del periodismo, Pilger denuncia lo que él denomina «escenografía estatal»: la puesta en escena por parte de algunos medios de comunicación de los intereses de mandatarios y poderosos. El periodista australiano afincado en Londres analiza, por ejemplo, la labor de la BBC en la ocupación de Irak, con testimonios de algunos de los enviados de la cadena que hacen un sincero ejercicio de autocrítica. Como no podía ser de otra manera, también analiza el fenómeno de Wikileaks.

En este caso, poner la lupa sobre la banalidad de algunos cables o sobre aspectos anecdóticos supone ceder ante quienes quieren ocultar la verdad. En este momento el debate no es sólo sobre la información, que en el fondo no viene sino a confirmar lo ya denunciado por diferentes organizaciones humanitarias y de izquierda en torno a las barbaridades perpetradas bajo la justificación de la «guerra contra el terror». El verdadero debate es, ante todo, el relativo a los valores sobre los que debe pivotar una sociedad democrática, sus instituciones y también los medios de comunicación. Destacan entre estos últimos el derecho a la información, la necesidad de tener mecanismo de control sobre el poder, la capacidad de destapar las actividades ilegítimas del mismo, la libertad de expresión, la tarea de fiscalizar a las instituciones, la obligación de denunciar las injusticias... Cuando de manera pretendidamente inocente se contraponen libertad y seguridad es de la negación de todos esos valores de lo que realmente se está hablando.

La obsesión, una mala consejera

Retomando la cuestión de los cables, cabe destacar que los hasta ahora publicados muestran claramente las obsesiones de unos y otros. En el caso español, resulta significativo en ese sentido el cable relativo al caso de Iñaki de Juana, en el que el ministro del Interior, tras asumir la fabricación de un proceso judicial para mantener al preso político vasco en la cárcel, acepta ante su interlocutor que, visto con perspectiva, aquello fue un error. También es reseñable la manera tan clara en la que los representantes estadounidenses ven los costes de las obsesiones del PP. Algo que ellos mismos padecieron al apoyar la resolución de la ONU sobre el 11-M.

La política española tiende a menudo al absurdo, como si de una película cómica se tratara. El caso de los cables filtrados recuerda también a la película «Quemar después de leer», de los hermanos Coen. Al final de la misma un jefe de la CIA le pregunta a su subalterno qué es lo que han aprendido sobre la absurda concatenación de hechos que ocurre durante la película. El oficial le responde que no lo sabe, a lo que su superior responde: «espero que hayamos aprendido a no hacerlo de nuevo», aun sin ser capaz de entender qué es lo que realmente ha ocurrido. Vistos los cables, de cara al futuro es de esperar que tanto el Gobierno español como el principal partido de la oposición hayan aprendido «a no hacerlo de nuevo».

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