Obituario | Jacqueline de Romilly
La última sabia
Iñaki URDANIBIA
El día 18 pasado se acabó la vida de una mujer entregada en cuerpo y alma al conocimiento de la antigua Grecia y a la defensa de la enseñanza de las lenguas clásicas , en especial del griego. Esa mujer, nacida hacía 97 años, pertenecía por mérito propio a esa cohorte de estudiosos que abrieron el mundo de los griegos y los latinos al común de los mortales: Marcel Detienne, Pierre Vidal-Naquet, Jean-Pierre Vernant fueron algunos de sus compañeros de dedicación y afanes.
Jacqueline de Romilly poseía amplios conocimientos, al tiempo que no era la menor de sus virtudes ponerlos al alcance de todo el mundo, sin que fuese necesario ser especialista en la materia para entender su llana prosa. Sus obras eran, y son, para todos los públicos. Su dulzura pausada en el habla, ésta que daba cuenta de una profunda sabiduría, fue ejercida con amplitud en sus enseñanzas académicas: más de treinta años ocupando la cátedra de la Grecia clásica en la universidad parisina de La Sorbona, primera mujer en entrar como profesora en el prestigioso Collège de France y segunda mujer en pertenecer, tras la escritora Marguerite Yourcenar, a la masculina Académie Française.
Más de una cuarentena de obras dan cuenta de su infatigable quehacer. Algunas de ellas han visto la luz en traducciones de Pirineos abajo; quien quiera penetrar en el mundo de los Pericles, de Alcibíades, de Tucídides, de los sofistas, de las concepciones sobre las leyes, la violencia o los saberes olvidados en el mundo griego antiguo, o también cualquiera que desee obtener respuestas a la pregunta de «¿por qué Grecia?» ha de acercarse irremediablemente a esta ateniense nacida en Chartres.
La claridad iluminará los ojos y la mente del lector, contagiado por la prosa cargada de sabiduría y de sencillez de esta dama que se fue tras haber experimentado su soledad, aliviada, eso sí, por la compañía de sus amigos helenos y la de sus atentos y privilegiados alumnos. Una soledad personal la suya debida a la guerra (en la Primera, murió en combate su padre) y a su condición de judía durante la Segunda, unida a su propia decisión de casarse únicamente con el saber y con la incombustible entrega a la permanente reivindicación de la enseñanza de las humanidades que se sustentaban en el patrimonio de la Grecia antigua. Méjri gia pánta! (hasta siempre) y que los dioses te sean propicios.