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Seis meses después del Mundial de 2010

Sudáfrica, entre el orgullo y los problemas económicos

El país que renovó su autoestima como organizador de la Copa del Mundo de fútbol se enfrenta ahora al dilema de cómo solventar los gastos generados por las infraestructuras construidas para el torneo.

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Helen COOK (EFE)

El Mundial de 2010 ha dejado una profunda huella en el país, donde los ciudadanos cuentan con un renovado orgullo nacional y una decena de imponentes estadios, pero deberán enfrentarse a problemas económicos derivados de la mala gestión de las infraestructuras del torneo.

Sin duda, la que ha resultado más beneficiada por lo que la FIFA califica como «el mayor evento deportivo del mundo» ha sido la imagen internacional de Sudáfrica, país que tiene una elevada tasa de violencia y es considerado como uno de los más peligrosos del planeta.

Según una encuesta realizada por la FIFA, un 99 por ciento de los aficionados que viajaron a Sudáfrica valoraron los estadios en los que se disputaron los encuentros de forma muy positiva, un 98 por ciento estaba encantado con el ambiente y un 84 por ciento mejoró la opinión que tenía sobre el país.

Esta ola de optimismo no afecta sólo a los turistas que acudieron a Sudáfrica, sino también a los propios sudafricanos, de los que 9 de cada 10 afirmaron tras el Mundial que su autoestima había crecido y un 87 por ciento dijo estar más seguro que nunca de la capacidad del país.

Algunos analistas, como el jamaicano Horace Campbell, profesor de la Universidad de Syracuse, en Nueva York, extienden los efectos positivos del Mundial a todo el continente africano: «La contribución más importante de la Copa del Mundo (...) fue el fortalecimiento de la cultura panafricana».

Rentabilidad

Sin embargo, pocos meses después del Mundial, Sudáfrica ya empieza a encontrar dificultades para conseguir que los estadios construidos para el torneo resulten rentables.

En total, para las infraestructuras de uno de los eventos deportivos por excelencia, sobre todo autopistas y aeropuertos, además de los estadios, el Estado sudafricano invirtió al menos 42.500 millones de euros.

El estadio de Ciudad del Cabo, que costó 450 millones de euros, se ha convertido en el centro de la polémica después de que la empresa Sail Stadefrance, que se ocupó de su administración durante el Mundial, diera marcha atrás en su compromiso de alquilarlo para 30 años.

Sail Stadefrance argumenta que, tras un estudio, ha llegado a la conclusión de que mantener el estadio es demasiado caro y que los gastos que calcula que se producirían en los primeros cinco años le han llevado a la conclusión de que la inversión sería «irresponsable e imprudente». Aunque en algunos estadios se han celebrado importantes eventos deportivos tras el Mundial, en especial en el Soccer City, en otros, como el de Polokwane o el de Port Elizabeth, no se ha registrado actividad alguna desde la Copa del Mundo, por lo que ya se encuentran en una situación económica insostenible.

Rugby y cricket

Para solucionar este problema, el Gobierno está instando a los equipos de rugby y cricket, dos deportes que en Sudáfrica mueven más dinero que el fútbol, a que celebren partidos en los nuevos estadios o que se trasladen a ellos para asegurar su viabilidad.

La respuesta de las instituciones y equipos de rugby y cricket es que cuando se construyeron los estadios no se les consultó sobre cómo deberían ser construidos si luego se querían aprovechar las edificaciones para celebrar partidos de estos dos deportes. «Desafortunadamente, estamos limitados por el tamaño del campo de juego. Cuando se construyeron, nosotros no formábamos parte del proyecto», ha dicho el director ejecutivo de Cricket South Africa, Gerald Majola.

Por su parte, analistas como Piet Coetzer, del Boletín de Inteligencia del Liderazgo, destacan que «lo que estaba más ausente en la planificación de la construcción de estos ostentosos monumentos (...) era cómo se pagarían las facturas después de que los equipos internacionales y los aficionados se hubieran marchado».

En cuanto al nuevo sistema de transporte público, sólo una minoría de sudafricanos se beneficia del Gautrain, considerado el estandarte de la modernización de las comunicaciones en el país, puesto que pocos pueden pagar los 10 euros que cuesta un billete desde el centro de Johannesburgo hasta el aeropuerto.

 

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