Viajar por los basureros del mundo a través de los ojos de Joseba Zabalza
El fotógrafo Joseba Zabalza lleva 18 años recopilando imágenes por los cinco continentes de las personas que viven en los basureros. Su trabajo se expone en la Sala de Armas de la Ciudadela de Iruñea, donde permanecerá hasta el 13 de febrero. «Welcome the garbage mountain!» es el título de esta recopilación con la que lanza un toque de atención hacia el consumismo voraz a la par que denuncia la situación de quienes viven de lo que otros deshechan.
Aritz INTXUSTA |
«Welcome to the garbage mountain!» (Bienvenido a la montaña de basura). Eso es lo que le dijo un niño que vivía en el basurero de Manila al fotógrafo iruindarra Joseba Zabalza. Por aquel entonces, este ladrón de imágenes ya llevaba dos años trabajando en un gran proyecto que consistía en retratar la vida de las personas que viven de las basuras en los cinco continentes. El niño le regaló el titulo del proyecto, y el resultado de todo este trabajo, que se inició en Guatemala en 1992, se expone en la Sala de Armas de la Ciudadela de Iruñea hasta el 13 de febrero.
«En todas las ciudades del tercer mundo hay gente que vive de trabajar en los basureros, en las ciudades grandes y en las no tan grandes», explica Joseba Zabalza. Actualmente, se calcula que cien millones de personas viven de las basuras en todo el globo. Aunque, según explica el fotógrafo, «África sigue estando un peldaño por debajo, también en cuanto a los deshechos».
En concreto, Zabalza se marchó al basurero de Antananaribo, capital de Madagascar. En la montaña de deshechos de Antananaribo había poco que rascar. Al basurero no llegan ni comida, ni artículos rotos, porque en la ciudad no existe una clase media que consuma. O son muy pobres o inmensamente ricos. Por tanto, lo poco que se tira, no llega siquiera al basurero, porque primero pasa por el filtro de quienes viven en las calles. «En el basurero de Antananaribo, lo que se rebusca son los huesos de cebú (animal parecido a una vaca). Los que viven de las basuras los cuecen para hacer jabón», dice el fotógrafo.
Los basureros actúan como un imán para los más pobres de cada país. El montón de residuos queda enseguida cercado por villas miseria de quienes se buscan la vida removiendo las basuras. Normalmente, estas barriadas (nacidas en los 70 y en los 80) se establecen en la periferia del basurero, como marcando su territorio, pero tampoco es extraño ver chabolas o «cuatro cartones» alzándose sobre la enorme montaña de podredumbre y trastos viejos.
El estigma de las basuras
Zabalza asegura que quienes recurren a las basuras para ganarse la vida tienen un perfil muy parecido. «La gran mayoría provienen de los pueblos. Han emigrado a la ciudad, creyendo en la promesa de que en la urbe mejoraría su calidad de vida. Pero ese sueño se estrella. Al final, acaban más pobres de lo que ya eran, porque la pobreza en un pueblo es muy diferente, mucho menos cruel. En un pueblo, el que no tiene, no tiene: en una ciudad, el que no tiene, no es». Los que acuden a trabajar a la montaña de deshechos han de soportar una lacra más, el estigma que les impone la sociedad. Zabalza asegura que quedan marcados para siempre, padecen el desprecio de los demás y eso les impide escapar de las villas miseria.
La primera experiencia del fotógrafo iruindarra en un basurero fue en Ciudad de Guatemala. Vivió en él durante dos meses, acosado por las picaduras de los mosquitos y compartiendo la dureza de las condiciones de vida de la villa miseria. «Esta gente padece muchas enfermedades, las que transmiten los insectos y las plagas y otras producidas por comer alimentos en mal estado. No todos se alimentan de lo que recogen de entre las basuras, pero sí que es cierto que todos los que trabajan ahí han probado la basura en alguna ocasión». No obstante, los problemas de salud más graves están relacionados con los pulmones y el aparato respiratorio, resultado de la exposición a los gases que emanan de las basuras, fundamentalmente del metano que generan los restos orgánicos.
Además del «sueño roto» de una vida mejor en la ciudad, las villas miseria poseen otros rasgos comunes, como la droga o una enorme cantidad de familias desestructuradas. «Muchos beben alcohol puro, de más de 90 grados, o esnifan pegamento o base de cocaína», explica Joseba Zabalza.
La industria de las basuras
No se debe entender la vida en un basurero como un ecosistema cerrado y ajeno al exterior. El basurero de una ciudad del tercer mundo es un punto de partida, el lugar donde se extrae la materia prima para comenzar toda una industria del reciclaje de la que viven millones de personas. A quienes rebuscan entre los residuos, les siguen los intermediarios y los que son capaces de elaborar nuevos productos de las basuras, como el jabón de huesos de cebú.
Según Zabalza, la capacidad para reciclar que tienen estas personas resulta asombrosa. No sólo hay zapateros que buscan una suela en buenas condiciones o jugueteros que sabe rearmar una muñeca con los brazos y la cabeza de otras dos, también hay Chanel número 5 de basurero que se vende en mercados secundarios.
«No entiendo bien cómo lo hacen, pero las colonias son algo muy buscado. Huele como Chanel, sólo que resulta mucho más barato». En América Latina también se rellenan los tubos de pasta de dientes. «La existencia de este mercado paralelo de productos de la basura beneficia no sólo a quienes viven de ello, sino que da la oportunidad a muchas familias pobres de acceder a copias de productos a los que no podrían acceder».
No obstante, otra parte de la producción de las villas miseria acaba de nuevo en redes de reciclaje más estandarizadas, como la del papel o la del aluminio. Pero, este proceso quizá resulta más absurdo o hipócrita que el anterior. Según explica Zabalza, las latas de aluminio que se recogen en los basureros de Sudamérica acaban después en plantas de reciclaje de Miami, con lo que al final son empresas «verdes» y de imagen impecable las que acaban obteniendo beneficios del duro trabajo de los recolectores, donde la jornada transcurre de sol a sol.
En definitiva, de los basureros de las grandes urbes del tercer mundo se rescatan los metales, el vidrio y el papel, además de todo lo que sirva para reparar desde un electrodoméstico a un zapato: todo cuanto pueda ser vendido por un poco de dinero. Aun así, las montañas de deshechos continúan agigantándose día tras día, sobre todo a base de plásticos, como el de las bolsas, y de todo tipo de envases.
Necesidad de atajar el consumo
Zabalza ha generado una imagen «contradictoria» en su cabeza sobre qué significa reciclaje. «Sin tanta campaña, allá se recicla bastante más que aquí. Lo que es basura para uno, es una forma de vida para otro», explica el fotógrafo. «La principal diferencia que existe entre un basurero y otro en el tercer mundo, depende de si la clase media de ese país es más o menos amplia. Si hay clase media, ésta es consumista. Todos hemos caído en el sistema y ellos también. En las chabolas tienen una televisión que les dice: `Compra, compra', y el sueño de quienes viven en las basuras es ser capaces de comprar lo que otros tiran y se quedará sin comer para pagarse las zapatillas de un futbolista famoso», asegura el fotógrafo. Porque quienes trabajan tienen los mismos deseos que los demás, «al montón de residuos salen en mono de trabajo, con la peor ropa que tienen, pero el domingo todos acuden a la iglesia hechos unos pinceles». Para Zabalza, por tanto, el reciclaje es importante, pero es un camino que no llega a ningún lado, si la gente no se conciencia y reduce el volumen de basura que genera a diario.
Traperos y chatarreros
Los dos últimos años de Joseba Zabalza dentro de esta gran obra sobre la gente que vive del reciclaje se han desarrollado en el Estado español y Hego Euskal Herria, donde ha acompañado a una familia de etnia gitana que vive de la chatarra en Albacete y ha retratado la vida de los Traperos de Emaús de Iruñea.
«Me di cuenta de que todo cuanto había hecho no tenía sentido si no lograba abrir los ojos a lo que tenemos justo al lado». Zabalza asegura que el negocio de los chatarreros va a pique y ha quedado relegado a una etnia, la gitana, que sigue sin gozar de las mismas oportunidades. Afirma que el robo de cobre, el metal más valorado, es una muestra más de hasta qué punto llega el nivel de necesidad de esas familias. En cuanto al trabajo de Traperos de Emaús ayudando a gente necesitada, para Zabalza constituye un ejemplo de que, en ocasiones, de la basura se pueden reciclar hasta personas.