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Koldo CAMPOS Escritor

La excepción vasca

 

Hace doce años, cuando miles de personas frustraron en Seattle la cumbre del Mercado, la policía describió a los manifestantes como «jóvenes de familias blancas de clase media, que se llevan mal con sus padres».

El Vaticano sigue insistiendo en la ruptura familiar como causa de todas las desgracias que asolan al mundo. La clase política también afirma la descomposición de la familia como origen de los mismos males, y no faltan sociólogos que les secunden.

Curiosamente, existe un país en el mundo que, sin embargo, no se ve afectado por esa ruptura familiar común en los demás; un país en el que, insólitamente, los hijos no se llevan mal con los padres. Hablo del País Vasco.

Todas las semanas, miles de vascos dan la vuelta al mundo visitando a familiares presos y dispersados por los estados español y francés.

Familias que, sin recursos económicos, se las ingenian para arropar a sus parientes; familias que han sufrido accidentes mortales en ese ir y venir detrás de los suyos; familias a las que, incluso, se les niega por cualquier pretexto su derecho a visitarlos.

Tan arraigada está la familia en la sociedad vasca que hasta se ha creado Etxerat, una familia común  que acompaña a los presos, y que al calor de interminables viajes por carretera, compartiendo penurias y alegrías, ha ido multiplicando afectos y entrelazando vidas y familias.

Aunque no lo sepa la policía de Seattle, la clase política o el Vaticano, en el País Vasco, las familias, más unidas que nunca, comparten el sueño colectivo de una sociedad en paz, euskaldun, libre e independiente.