ESZENAK Josu MONTERO Escritor y crítico
Un «outsider» en el CDN
Rodrigo García es desde hace ya unos cuantos años el énfant terrible del teatro estatal. Brutal y excesivo, tanto en sus textos como en sus puestas en escena; una gran virtud en un mundo cuajado de medias tintas y de conformismo. Rodrigo García se va casi siempre al extremo, es un extremista -pero en absoluto un maximalista- y ese desparrame de textos y dramaturgias suele provocar en el espectador escalofrío y risa al mismo tiempo. Desacostumbrados a que se digan las cosas con esa contundencia, y viéndonos vergonzantemente reflejados, nos da la risa, la risa como única vía de escape. Tanto García como Angélica Lidell -otra que tal baila- tienen el poder de crear belleza a partir de la verdad, del dolor de la verdad, dando la espalda a la búsqueda estética, vomitando sobre ella, porque saben que paradójicamente el único camino hacia la belleza pasa no por buscarla a ella, sino por buscar la verdad.
El director del Centro Dramático Nacional, Gerardo Vera, ha tenido la inusual decencia de contar con estos dos outsiders que son García y Lidell. Primero lo hizo con la segunda, produciendo el espectáculo «Perro muerto en tintorería: los fuertes». Bregados en los circuitos más alternativos -ambos han pasado en varias ocasiones por la nunca suficientemente valorada La Fundición de Bilbo- García ya arrastra años de reconocimiento internacional, perseguido por festivales y teatros europeos, así que ya era hora de un cierto reconocimiento oficial en su país. Desde el pasado día 7 y hasta el 6 de febrero, en producción del CDN, se puede ver en el madrileño María Guerrero -¡una sala convencional para un espectáculo anticonvencional!- «Gólgota Picnic», en la que García dirige a sus compinches habituales de La Carnicería más al pianista italiano Marino Formenti. De hecho, de una conversación informal entre ambos sobre la obra de Haydn «Las últimas siete palabras de Cristo en la cruz» nació este montaje en el que el dramaturgo toma la Biblia como inspiración, la Biblia como fascinante y brutal obra de ficción. Eso sí, como es habitual en García, el proceso de trabajo ha tomado sus propios y bien diferenciados derroteros.
«Vivimos en una realidad terrorífica y absurda, en metrópolis crueles plagadas de imágenes vacuas, de sonidos brutales, víctimas todos del papel moneda. En mi texto hay un ángel caído que explica que no puede traer el mal a la tierra porque ya está todo el mal planeado y consumado por los hombres, hasta el mismísimo demonio tiene miedo de los hombres», afirma el dramaturgo, que ha colocado como telón de fondo de este montaje la muerte, la cotidianidad, incluso la canalización, de la muerte. Será curioso comprobar cómo funciona el teatro alternativo y radical de García en un marco tan poco alternativo y tan institucional como éste.
Con los dedos de una mano se pueden contar los bolos que ha hecho en toda Euskal Herria, desde que se estrenó en Durango ahora hace un año, uno de los espectáculos más brillantes, sorprendentes y estimulantes de los producidos aquí en 2010. Una obra además rigurosa y sin concesiones pero que puede gustar -y de hecho encanta- a un público amplísimo. Este dato habla por sí solo del estado del teatro entre nosotros. ¡Qué preocupante y triste que una obra -con versión además en castellano y en euskara- como «Decir lluvia y que llueva», del joven colectivo Kabia y con dirección de Borja Ruiz se represente aquí cuatro o cinco veces en un año! Hoy tenemos oportunidad de disfrutar «Euria esan eta euria eroitzea» en Beasain.