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CRíTICA teatro

El nido del horror

Carlos GIL

No es fácil acercarse a los malos tratos, a la violencia de género, sin caer en lugares comunes. En esta ocasión, desde el primer instante se reconoce la situación, se intuye el desarrollo, se conocen los resultados, los efectos colaterales y las reacciones pero, sin embargo, hay algo en el texto, la puesta en escena que va sorprendiendo, o al menos, va desgranando ese proceso infernal de una manera que ayuda tanto a la comprensión, como a la solidaridad; a la emoción, como a la reflexión.

El proceso de destrucción violenta de la voluntad de una mujer enamorada a cargo de su marido, la asunción de la culpa en la víctima, la creciente ascendencia sicológica del torturador sobre la maltratada, el envenenamiento de la convivencia en ese nido del horror, con la hija como testigo, nos emocionan, nos duelen. Es la hija quien consigue que la madre dé los pasos, siempre dubitativos, cargando con la culpa y el dolor, para denunciarle, abandonarle y huir. El acoso del torturador, el odio, la intervención de los profesionales del comportamiento. Todo nos retrata algo que puede estar sucediendo a nuestro lado, tras la pared. Algo que cada día nos da vergonzosas noticias luctuosas.
Pongamos un pero: las ocurrencias de la trama, se tornan más efectistas que efectivas, aunque redondeen la dramaturgia. Y algo que no acaba de encajarme; el marido, el torturador, acaba mostrado como un sicópata. ¿No era otra cosa esta violencia de género?

No importa, esto también forma parte de la propuesta, y todo lo anterior se plantea en una muy buena obra de teatro. Necesaria. Muy bien interpretada.

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