A medida que las cosas avanzan y cuando la sociedad vasca empieza a atisbar un futuro de soluciones, algunos pierden los nervios y dejan a la vista de todo el mundo su verdadera obsesión.

Le pasó este fin de semana a Fernando Savater, que en «El Correo Español» y «El Diario Vasco» confesaba que «lo importante -conviene ahora recordarlo- es no solo que cese de una vez el terrorismo etarra sino sobre todo que cese pero que a la vez su programa político y su ideología sean inequívocamente rechazados». O sea que no es un problema la violencia, sino la ideología. ¿Ven qué clarito lo cuenta?

Y Savater se extendía en la cosa: «En qué consiste esa ideología contra la que hemos luchado? Fundamentalmente en dos aspectos: exigir la independencia de Euskadi no como un proyecto político entre otros sino como un derecho irrenunciable, y deslegitimar todas las instituciones democráticas españolas -válidas también para el País Vasco, claro, como parte de España que es- como imposiciones dictatoriales que tienen que ser suspendidas de inmediato para acordar otras entre los nacionalistas. O sea, la independencia como derecho de unos y obligación para todos, junto a la abolición del peso institucional del Estado español». Ya empieza a falsear la realidad. Aquí -que yo sepa- nadie ha planteado la independencia como una obligación, sino el derecho de autodeterminación para que el pueblo pueda elegir. Eso es lo que Savater y compañía niegan, y tratan de maquillar su imposición atribuyéndosela a los independentistas.

Pero como la argumentación queda un tanto al aire, el filósofo nos dice que los abertzales deben «asumir que su proyecto independentista es eso, un proyecto político que deben defender parlamentariamente de acuerdo con las reglas vigentes, no un derecho inalienable a reivindicar por las buenas o las malas». Y ¿quién ha dicho lo contrario? Lo que calla Savater es que de nada sirven los debates parlamentarios si sus leyes impiden que todos los proyectos políticos, incluido el independentista, además de poder ser defendidos, puedan ser puestos en práctica si la mayoría lo decide. Así de peculiares son estos «demócratas».