Entre las muchas implicaciones que están teniendo los acontecimientos de Egipto, una de las más significativas está siendo la preocupación de Israel. Egipto es su socio más importante en el mundo árabe, es con quien firmó una paz que, con todas sus limitaciones, fue un modelo exitoso de «paz por territorios» para un acuerdo negociado que devolvió a los egipcios la península del Sinaí. Para Israel la paz con Egipto no sólo fue un acuerdo estratégicamente necesario, sino también sicológicamente esencial: apostaron por un final del conflicto con el mundo árabe con la carta de la eterna paz con Egipto. Esa apuesta la ven ahora en serio peligro, y su inconsciente colectivo les dice que sólo es cuestión de tiempo que los Hermanos Musulmanes tomen el poder. Un Egipto islamista, con Hamas controlando Gaza, Hizbulah en el Gobierno libanés, la alianza con Turquía seriamente dañada, producen en Israel una pesadilla existencial terrible: un país rodeado de aliados o próximos a Irán.

La del Sinaí es la única frontera israelí que aún no ha sido vallada. Su preocupación ahora es que la frágil apertura al mundo árabe que Egipto suponía se cierre definitivamente y, treinta años después, Israel esté solo y sitiado nuevamente ante la cruda realidad: en sus relaciones con los palestinos, Israel es Goliat; pero en su relación con el mundo árabe y musulmán, Israel sigue siendo David.