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Iñaki LEKUONA | Periodista

Estados podridos

 

Agonizaba el mes octubre de 1965 en París. Mehdi Ben Barka, figura de la independencia, opositor a Hassan II y líder tercermundista, conversaba en el interior de una villa a las afueras de la capital. Había sido llevado hasta allí por dos agentes de la Policía francesa y fue recibido por personas que creyó funcionaros del Estado. «Algún día quizá sea primer ministro en mi país», le confesó a uno, «y en ese caso, habrá que cambiar muchas cosas, entre ellas la Policía, porque allí, ya lo sabe usted, la Policía está podrida».

Nada más se supo de Ben Barka. Uno de los mercenarios que lo retuvo y que recogió aquellas palabras, aseguró a la prensa que murió allí mismo a manos de un general marroquí. Otras fuentes afirman que tras la detención ilegal, fue llevado a Marruecos para ser torturado hasta la muerte y que acabó disuelto en ácido. Lo que es seguro es que aquel activista de izquierdas murió sabiendo que también en Francia la Policía estaba podrida.

Tres agentes fueron juzgados y condenados a penas de prisión, pero el asunto sigue siendo un misterio en muchos aspectos, entre ellos el paradero del cuerpo o la implicación de los servicios secretos franceses en la desaparición. París guarda información sobre los hechos, pero a pesar de las insistentes reclamaciones de la justicia parisina, una vez más, la recatada Comisión sobre Secretos de Defensa Nacional ha desestimado una petición para que se desclasifiquen esos archivos.

Debe de ser que, 45 años después, todavía huele a podrido en esos papeles. Debe de ser que, 45 años después, el Estado, ése que llaman de Derecho, también está podrido. Y no es el único. Y no hace falta irse hasta Marruecos.

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