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Belén MARTÍNEZ Analista social

Último tango

Pocas veces un ingrediente culinario dio tanto que hablar, desde que «El último tango en París» convirtiera la emulsión grasienta en objeto de culto del ars amandi. Fueron Brando y Bertolucci quienes decidieron incorporar la mantequilla para facilitar la escena de la sodomización. María se sintió violentada. Años después, confesó que sus lágrimas eran de verdad. Reconoció que era «joven» e «inocente» y que «no comprendía lo que hacía».

Sin ser obscena ni abyecta, hay algo de obscenidad sentimental en la trama. Paul, sumido en un caos emocional, ignora las necesidades de una Jeanne devorada por el deseo de sentir placer y ser feliz, a la vez que intenta liberarse del poder que ejerce Paul sobre ella, y en el que está atrapada. María perdió 10 kilos durante el rodaje. Y siete años de su vida, enganchada a sustancias y terapias varias. El film la fragilizó. No salió indemne de la experiencia. Tras su muerte, Bertolucci lamenta no haberle pedido perdón. ¡A buenas horas!

Una escena me impacta especialmente: Jeanne y su novio Tom se encuentran en la estación del metro. Jeanne grita desde el andén: «Tienes que encontrar a otra para tu película. Te estás aprovechando de mí. Me obligas a hacer cosas que nunca he hecho. Me obligas a hacer lo que tú quieres. Se acabó la película. Estoy harta de que me violen». ¿Quién se lamenta, Jeanne o María?

Cada vez que cruzo el puente de Bir- Hakeim, pienso en ese hombre intratable, decrépito, dueño de una `virilidad' extrema y deseoso de hurgar en el sexo como las ratas en los escombros. Y me entran ganas de... salir corriendo.

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