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El reto de la legalización con iniciativa, fuerza y potencial

La izquierda abertzale presentó ayer de la mano del abogado Iñigo Iruin y de Rufi Etxeberria los principios y compromisos básicos que se recogen en los estatutos de la nueva formación política que se presentará mañana en la ventanilla del Registro de Asociaciones Políticas del Ministerio del Interior español. En medio de una enorme expectación, ambos expusieron un proyecto sólidamente construido en lo jurídico y coherente en lo político con la apuesta que la izquierda abertzale viene desarrollando. Un proyecto que en ningún caso puede interpretarse como un regate en corto a la normativa legal, sino como un paso firme, dado desde la seguridad y el convencimiento propio para construir un escenario de paz y soluciones. Todo para, a partir de ese estadio, conquistar el proyecto de una Euskal Herria independiente y socialista. Sin más límite que la voluntad democrática de la ciudadanía vasca, haciendo de ella el principal destinatario de las iniciativas políticas y el único garante de su materialización.

El compromiso de la nueva formación con lo estipulado en el Acuerdo de Gernika es firme e inequívoco, no sujeto a variables tácticas o factores coyunturales. La adhesión ciudadana, la confrontación de ideas y proyectos, la movilización popular y la participación institucional constituyen el instrumental para una acción política en una nueva fase que exige implementar una nueva estrategia en la lucha por los mismos objetivos. Efectivamente, todo ello supone un «antes» y un «después» en relación a los instrumentos, la mentalidad y el paradigma a desarrollar. Pero, a su vez, supone también un punto y seguido en cuanto a ideales, la necesaria alta intensidad política y el antagonismo frente al Estado a los que no rehuye el independentismo vasco.

Decisiones como la que ayer hizo pública la izquierda abertzale sólo pueden entenderse desde la confianza en el análisis y en las decisiones propias. Desde la fortaleza de una opción política que, por mucho que las soflamas al uso pretendan presentarla en términos de una supuesta debilidad -o incluso derrota política-, tiene una enorme capacidad de iniciativa para condicionar el presente y potencial para determinar el porvenir del país.

Y, además, tienen la virtud de hacer que las máscaras caigan y que cada cual se retrate ante la nueva realidad. Eyectar hacia el exterior de la práctica democrática a miles de ciudadanos vascos a cuyo ideario debiera abrirse paso no va a poder justificarse, a no ser de que la verdadera justificación de la segregación político-ideológica sea el cálculo electoral. Sería mantener contra la voluntad popular una realidad virtual de «cambio» que tiene pies de barro y corre el peligro de caer como un castillo de naipes.

Estar a la altura, tener estatura

Del Estado debiera esperarse, simplemente, que esté a la altura del momento, que lo aborde desde una gestión positiva. Y exigirle una reflexión constructiva que vaya más allá de la desacreditación sistemática de las iniciativas de la izquierda abertzale. En definitiva, que deje de hacer bandera de la desilusión y la desesperanza.

La legalización no es una concesión a la izquierda abertzale. Es algo fundamental para abordar la irreversibilidad de un bien superior: el proceso de soluciones. Exige la suficiente estatura para pensar en las implicaciones que las decisiones de ahora tendrán en las próximas generaciones -también de los ciudadanos españoles y en la regeneración de una cultura democrática española muy deteriorada-, y no sólo actuar al dictado de las elecciones venideras.

La fuerza del propio convencimiento

La de ayer fue una nueva iniciativa de una izquierda abertzale que está completando un curso político trascendental. Con un arsenal de propuestas y una capacidad para concitar la atención informativa y definir los términos del debate remarcable. Completó con su base militante el debate estratégico de «Zutik Euskal Herria»; animó el Acuerdo de Gernika, auténtica referencia y hoja de ruta del desarrollo de los acontecimientos posteriores; multiplicó mediante la Declaración de Bruselas la interlocución con una comunidad internacional cuya participación en el proceso en marcha es una realidad que irá extendiéndose próximamente. Todo ello con una capacidad movilizadora extraordinaria -como así lo atestiguan las huelgas generales o las multitudinarias manifestaciones de Bilbo e Iruñea-, y con un accionar que, en una situación extrema para hacer política, marca el pulso del país y lo hace con gran impacto.

La izquierda abertzale, asumiendo las dificultades, está demostrando que su fortaleza reside en el convencimiento en las propias decisiones. En demostrar que cuando hay que hacer camino, sabe hacerlo; y lo hace incluso contra poderosos intereses y agendas. Que hace camino y lo hace por donde quiere, y cuando quiere. Su salud y capacidad de iniciativa parece fuera de toda duda y el potencial que anticipa -del cual son conscientes los que viven cómodos en el conflicto- conlleva la seguridad para un abrazo optimista de nuevos riesgos y la aspiración de liderazgo.

Las iniciativas en marcha han abierto ventanas a las oportunidades que permiten activar nuevos resortes, recomponer confianzas sociales y plantear los nuevos retos de manera ofensiva. Ahora es el momento de un movimiento político amplio, fuerte, compactado en torno a unos objetivos que a todos exigen y que sólo serán satisfactorios en la medida que lo sean para todos. Si los abertzales se mueven, todo se moverá.

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