Robert Fisk (2011/2/11, PÁGINA/12)
Aferrado al poder
(De «The Independent». Traducción de Celita Doyhambéhère)
(...) en el mismo momento en que Hosni Mubarak se embarcó en lo que se suponía que iba a ser su discurso final, dejó en claro que tenía la intención de aferrarse al poder. (...)
La historia puede decidir más adelante que la falta de fe del ejército en Mubarak hizo que éste perdiera efectivamente su presidencia después de tres décadas de dictadura, de torturas a manos de la policía secreta y de corrupción en el gobierno. Confrontado aun por mayores manifestaciones en las calles de Egipto hoy, ni siquiera el ejército podía garantizar la seguridad de la nación. (...)
Pero, ¿fue ésta una victoria para Mubarak o un golpe de Estado militar? ¿Puede Egipto ser libre? Para los generales del ejército que insistieron en su partida fue una jornada tan dramática como peligrosa. ¿Son ellos, un Estado dentro del Estado, los verdaderos guardianes de la nación, defensores del pueblo, o continuarán apoyando al hombre que ahora debe ser juzgado casi por insania? Las cadenas que atan a los militares a la corrupción del régimen eran reales. ¿Van a apoyar a la democracia o cimentarán un nuevo régimen de Mubarak?
(...) fueron los altos generales -que disfrutan del lujo de las cadenas hoteleras, los shoppings, las propiedades y las concesiones bancarias del mismo régimen corrupto- los que permitieron que Mubarak sobreviviera.
(...) La Constitución egipcia insiste en que el poder presidencial debe pasar al presidente del Parlamento, un incoloro amigote de Mubarak llamado Fatih Srour, y las elecciones -justas, si esto se puede imaginar- llevadas a cabo dentro de los próximos 60 días. Pero muchos creen que Suleimán puede querer gobernar por alguna nueva ley de emergencia tras echar a Mubarak del poder, sacando a relucir una fecha para una nueva y fraudulenta elección y otra terrible época de dictaduras.
La verdad, sin embargo, es que los millones de egipcios que han tratado de derrocar a su Gran Dictador tienen por su Constitución -y por el Poder Judicial y todo el edificio de las instituciones gubernamentales- el mismo desdén que tienen por Mubarak. Quieren una nueva Constitución, nuevas leyes que limiten los poderes y el ejercicio de los presidentes, nuevas y prontas elecciones que reflejen «la voluntad del pueblo» más que la voluntad del presidente y el presidente de la transición, o de los generales, brigadieres y los matones de la seguridad estatal.
(...) Durante días la Casa Blanca había estado observando las masivas manifestaciones en El Cairo, temerosa de que se pudiera convertir a Egipto en un mítico monstruo islamista, asustada por la posibilidad de que Mubarak se fuera, y aún más asustada porque se quedara. Los hechos de las últimas doce horas no fueron una victoria para Occidente. Los líderes estadounidenses y europeos que se regocijaban ante la caída de las dictaduras comunistas se sentaban desanimados mirando los extraordinarios y esperanzadores hechos en El Cairo (...).