Winter’s Bone” es la mejor película de cuantas están nominadas a los Óscar de este año, y lo es también en relación a todas las ediciones de la historia reciente. Eso no quiere decir que cuente con posibilidades de ganar, porque para el sistema de Hollywood ya es bastante tener que admitir una obra tan fuerte en sus contenidos. Si la radical propuesta de Debra Granik se ha colado es gracias a la brecha abierta por Kathryn Bigelow, dando paso a otras realizadoras más jóvenes y todavía más duras que ella. Son las chicas guerreras de la generación destinada a terminar con el agotado cine de acción hecho por y para hombres, en cuanto que sus heroínas presentan un nuevo e interesante perfil social debido a su naturaleza de auténticas supervivientes. Tienen más futuro que sus monolíticos antecesores masculinos, de los que se distinguen por vivir la realidad desde dentro en toda su complejidad. Cuando está tan extendida la creencia de que ya está todo más que visto en una pantalla, llega una película completamente diferente a lo conocido hasta ahora.

Las diferencias empiezan por la propia irreconocible procedencia estadounidense, al tratarse de unos ambientes y paisajes nunca mostrados anteriormente. La marginalidad suele asociarse con el medio urbano, pero rara vez se habla de una delincuencia específicamente rural, a no ser que nos remontemos a las películas sobre las destilerías clandestinas en tiempos de la Ley Seca. “Winter’s Bone” retrata una comunidad endogámica y cerrada de las montañas Ozark, que en plena crisis compagina la caza y la venta de madera o ganado con la de drogas elaboradas en rudimentarios laboratorios.

Para sus habitantes es como si el tiempo se hubiera detenido, reunidos en torno a la anciana cantante de hillbilly Marideth Sisco, que pone sentimiento a la lucha diaria de unas gentes acostumbradas al manejo de las armas desde la más tierna infancia para defender lo poco que tienen, y de las que la jovencísima protagonista es un muy fiel exponente.