CRíTICA cine
«Cisne negro»
Koldo LANDALUZE
Darren Aronofsky no es un autor proclive a la discreción. Su decidida intención por labrarse una filmografía en la que sus personajes bordean en todo momento los límites de la locura, le ha llevado a crear un encadenado de historias en las que, dejando a un lado el ridículo manierismo zen de “El árbol de la vida”, predomina el exceso. Consciente de ello, el autor de “El luchador” siempre apuesta fuerte a la hora de desarrollar unas tramas que coquetean peligrosamente con el exceso dramático. “Cisne negro” entra de lleno es este discurso extremo y engarza directamente con un estilo, un crescendo brutal y sin concesiones, que nos recuerda al mayor logro creativo de Aranofosky, “Réquiem por un sueño”.
Poco o nada novedoso topamos en la estructura de su argumento. Asistimos al viaje sin retorno de una bailarina que, obsesionada con la danza, y espoleada por su rivalidad con otra bailarina y la presión constante a la que le somete su maestro-mentor, explosionará finalmente. Acabará por no saber discernir entre lo que es real o no. Siguiendo las pautas de películas como “Eva al desnudo” o la siempre referencial “Ha nacido una estrella”, esta realización se transforma en un obsesivo viaje mental que, progresivamente, adquiere la forma de un cuento grotesco y pulp en el que predomina el sensacionalismo más descarado. Precisamente, en este último elemento radica el éxito de esta producción que en momento alguno reniega de sus intenciones, lo que provoca que el espectador asista a un centrifugado de imágenes de una belleza casi enfermiza y se vea inmerso en una espiral de danza y caos. Al igual que ocurriera en la mencionada “Réquiem por un sueño”, deriva hacia un final apoteósico y mórbido musicado nuevamente por Clint Mansell. Sería injusto no destacar la esforzada labor de un reparto que transmite con fuerza cada una de las emociones que sacuden este proyecto gobernado por una Natalie Portman capaz de mostrar su lado más sensual a medida que se adentra en su propia locura.