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James Ellroy retorna a sus rincones oscuros

Siguiendo la estela de los maestros de la novela negra norteamericana -Raymond Chandler, Dashiell Hammett y Jim Thompson-, James Ellroy («L. A. Confidential») se adentra en sus infiernos internos con su última novela autobiográfica, «A la caza de la mujer».

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Koldo LANDALUZE I

Los flashes de las cámaras capturan la imagen de un niño de diez años que acaba de enterarse de que su madre ha sido asesinada. Finalizado el ritual de las sirenas y el constante vaivén de policías de rostro abotargado que entran y salen de la escena del crimen, un niño llamado James Ellroy rememora los días posteriores a esta tragedia que marcará para siempre su vida. En su lápida se puede leer «Geneva Hilliker Ellroy, 1915-1958». Una cruz recuerda su juventud calvinista en una población rural de Wisconsin. Un rótulo en su expediente indica: «Jean (Hilliker) Ellroy, 187CP (sin resolver), FD 22/6/58».

«Pedí que me sacaran del funeral. Tenía diez años y me daba cuenta de que podía manipular a los adultos y aprovecharme de ellos. No le conté a nadie que mis lágrimas eran cosméticas, como mucho, y en el peor de los casos una expresión de alivio histérico. No le conté a nadie que en la época del asesinato, yo odiaba a mi madre».

En el año 94, el escritor James Ellroy plasmó sobre el papel la primera entrega de un exorcismo particular que, en clave de artículo de prensa, llevaba por título «El asesino de mi madre». Posteriormente, el autor decidió prolongarlo y cobró forma de novela: «Mis rincones oscuros». Nadie pone en duda que buena parte del imaginario «ellroyano» nace a partir de este trágico suceso y de que buena parte de las mujeres que lo habitan, han sido perfiladas a partir del molde dramático de Jean Hilliker Ellroy.

Educado por su padre, un vulgar proveedor de los sumideros de Hollywood -según lo describía el propio Ellroy- que se enrolló o no con Rita Hayworth, el futuro escritor fue en su adolescencia una bala perdida y sin rumbo fijo; un voyeur empedernido y un delincuente de poca monta que se colaba en las casas ajenas para hurgar en los armarios y oler la lencería de sus propietarias.

Sumergido en el vértigo de las drogas, almacenó en su mente cada uno de los pasajes que vivió en éste su limbo particular. En cada sorbo de whisky barato que consumía se colaron imágenes de pesadilla que, con posterioridad, alimentarían su ficción más negra.

Un breve vistazo a la obra de este escritor estadounidense confirma que su discurso se sustenta en algunas claves fundamentales: su estilo es seco, contundente y afilado. No hay margen para las comas ni para las frases excesivamente largas. Cada párrafo es una ráfaga de ametralladora. Sus relatos son densos y los hombres que los protagonizan, ubicados a ambos lados de la ley, están marcados; atormentados por un pasado que nunca se aleja de ellos y viven el presente lanzando zarpazos de violencia en todas direcciones. Sus cuerpos y almas están zurcidos por multitud de cicatrices y están condenados a un infierno en vida por todo lo que han visto o cometido.

Finalizada la «Trilogía Americana» -compuesta por los títulos «América», «Seis de los grandes» y «Sangre vagabunda»-, James Ellroy retorna a su infierno particular y completa un nuevo capítulo en su redención personal bajo el título de «A la caza de la mujer».

La trama arranca en el año 1958, cuando Jean Hilliker fue violada y asesinada por estrangulamiento en El Monte, un degradado barrio de Los Ángeles en el que se había instalado junto a su hijo James tras su divorcio. Fue un caso que nunca pudo ser resuelto y definió para siempre el carácter de un niño que siempre se reprochó haber deseado la muerte de su madre cuando ella le respondió con una bofetada a su deseo de marcharse a vivir con su padre.

«Naturalmente, nos mudamos allí. Naturalmente, ella murió allí. Naturalmente, yo causé su muerte». Éstas son algunas de las balas-palabras que el autor de «L. A. Confidential» incluye en «A la caza de la mujer», una novela que pretende ir más allá y mostrarnos abiertamente la influencia que ha tenido en su vida el asesinato de su madre y su relación con las mujeres con las que ha compartido su vida. Frío, intenso y en apariencia muy objetivo, Ellroy se sirve de la convulsa relación que compartieron sus padres para escenificar sus propias vivencias y, de paso, rememorar la fiereza que Bud White -el policía que encarnó Russell Crowe en la magistral película «L. A. Confidential»- desplegaba contra quienes maltrataban a las mujeres y la obsesión del escritor por el caso -tampoco resuelto- de la actriz Elizabeth Short que cobró forma en una de sus novelas más notables, «La Dalia Negra».

En un intento por dar por finalizada su búsqueda, por exorcizar sus miedos y fantasmas, Ellroy se ha reencontrado con su pasado. «Ahora, Jean Hilliker tendría noventa y cinco años. `La Maldición' tiene cincuenta y dos. He pasado cinco décadas en busca de una mujer a fin de destruir un mito. El hilo narrativo dominante de mi vida se disolverá en la última página que escriba aquí. Palabra de James Ellroy».

 

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