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Antonio Alvarez-Solís Periodista

¡Hoy!

El autor reivindica el presente, recuperar una decente vida en el momento actual, como forma de construir el futuro, «una labor que corresponde a los ciudadanos» y diferenciada de la que compete a los gobiernos: administrar con justicia el presente querido realmente por esos ciudadanos. Critica que se tome a éstos como «fríos factores estadísticos» que puedan emplearse o amortizarse a discreción. Y afirma que «¡Hoy!» debiera ser el grito universal de una «insurgencia moral en nombre de lo razonable», un alzamiento de lo legítimo frente a lo legal. Y termina afirmando que las administraciones no disponen de más derecho que el «derecho del presente».

La decadencia de Occidente va dejando algo muy claro: que las masas no se resignan ya, según parece, a que los gobiernos, como agentes de las minorías poderosas, manipulen dolosamente el presente mediante el argumento político de que con ello trabajan por un futuro más sólido. La ciudadanía toma conciencia creciente de que construir el futuro es una labor que corresponde a los ciudadanos y que a los gobiernos compete una labor muy distinta: administrar con justicia el presente querido realmente por esos ciudadanos. Cuando una Administración se escuda en la creación de futuros y sacrifica el hoy de la calle suele amanecer el fascismo. Un ciudadano lo es plenamente cuando vive de modo confortable, lo que estimula su libertad. No se puede admitir, por tanto, que con un mesianismo expoliador los gobiernos se zafen de administrar con bienestar la vida actual alegando que tratan de diseñar un futuro próspero. Eso es hacer pastelería de escaparate. Pastelería ensangrentada, además. A los poderosos no se les habla jamás desde los gobiernos de un futuro esperanzador, y con ello se les consuela de sus quebrantos, sino que se acude en socorro urgente ante sus necesidades con el argumento de que ellos son los que dan fundamento al sistema vigente como única forma válida de existencia. Cuando este fraude se hace inevitablemente perceptible, lo que está ocurriendo, sobreviene la actitud revolucionaria, que no es sino la forma de recuperar una decente vida en el momento actual. La vida del hoy.

Hoy! Estamos en eso. Es urgentemente necesario que se administre para hoy, que no se sacrifique impúdicamente a las generaciones presentes en nombre de porvenires que en realidad se mienten desde un presente destruido ¿Quién puede decir, además, que tiene la autoridad moral suficiente para justificar el drama de la muerte y el sufrimiento? No mixtifiquen la verdad los que atenazan en sus manos el gobierno, infectado además por una trastornada democracia. No es necesario que la humanidad sufra dolor y ruina. El «hoy» confortable es accesible. En el mundo hay riqueza y medios de sobra para que las Administraciones administren con validez y justicia. Si los medios escasean y producen con su escasez el dolor y aún la muerte entre los pueblos cárguese sobre los gobiernos el peso del error, cuando no del crimen. La pregonada falta de medios es un modo de justificar la riqueza inicua y concentrar en un número cada vez menor de manos la capacidad de decisión, de limitar la potencia productiva de las naciones, de encarcelar el comercio y de falsificar la dignidad social que corresponde a todos los individuos, uno por uno.

¡Hoy! Aquellos beneficios que hagan grata la existencia, aunque sea de forma moderada, se desean para hoy. Los ciudadanos no son fríos factores estadísticos que puedan emplearse o amortizarse a discreción. Cada ciudadano que sufre, sufre con él la humanidad; cada persona concreta que se hunde en la miseria sumerge en esa miseria a su vecino; cada individuo que padece hambre condena el sistema de producción y de distribución. Sólo unas doctrinas que sostienen, desde luego arteramente, el origen moral y material extrañamente distinto de un puñado de poderosos como factores de la realidad -doctrinas de perfil monárquico, aunque blasonen de un republicanismo únicamente facial y retórico- pueden sostener la monstruosidad de unos derechos superiores respecto a la gran propiedad de las cosas. Por lo visto aún no se ha cerrado el debate sobre la posible existencia del alma en los indios, que costó tantos males y destierros a unos cuantos frailes españoles empeñados en que el indio también era un ser humano. En aquella Contrarreforma rechazada se perdió otra ocasión de modernidad.

Hoy! La humanidad no quiere seguir desangrándose en la búsqueda de un El Dorado con cuya promesa se la despoja de toda realidad presente. La magnífica realidad de El Dorado está en las cajas de los bancos, en el enredo punible de las maniobras financieras, en los gastos siniestros de las guerras, en el lujo de las iglesias, en el poder de los manipuladores que malgobiernan los bienes a fin de lograrlos excluyentemente. Pero ¿a qué suena esta devota admonición? Tal vez parezca palabrería que no cabe en los saberes académicos fabricados a medida de las minorías, pero esa palabrería refleja quizá algo sumamente válido: la creencia de las masas en que bajo los tres cubiletes del trile jamás hay el dinero que ellas necesitan.

¡Hoy! debiera ser el grito universal de una insurgencia moral en nombre de lo razonable, que puede resumirse como el alzamiento de lo legítimo frente a lo legal. Para que esto acontezca con visos de ser algo más que una revuelta hace falta que la ciudadanía reponga de lógica sencilla su máquina intelectual y haga bien las cuentas elementales que demuestran como la economía ha ido poblándose de conceptos nebulosos a medida que se transformaba en una herramienta de la explotación ¿Hay materias primas para satisfacer las necesidades de la humanidad? Las hay ¿Hay dinero para engrasar el motor del comercio universal sin necesidad de acapararlo entre la espada de los poderes y la pared de las normas? Lo hay ¿Tiene capacidad intelectual la humanidad para gobernarse por si misma? La tiene. Todo esto es comprobable sin más que poseer una mirada libre y un afán de igualdad y libertad. Es más, sólo hace falta, para dar por buenas esas capacidades populares, verificar en la historia cómo los pueblos fueron capaces por si mismos para clausurar en determinados momentos una cultura plagada de sevicias y reemplazarla por otra que prometía algunas redenciones importantes. Es una cuestión de voluntad histórica que ha de apoyarse en una dialéctica limpia. Lo ilógico es practicar una creencia eclesial en la capacidad de los actuales dirigentes. Es curioso observar como en una sociedad que presume de laica grandes núcleos de población aún creen firmemente en determinados catecismos y en dogmáticas capacidades demiúrgicas de la minoría dirigente, laica por supuesto, para seguir comandándoles por un camino inevitablemente doloroso a fin de vivir la vida ¿Qué nos impide ser realmente socialistas de un socialismo basado en la propiedad colectiva de los grandes medios financieros y de producción, de las energías y bienes básicos al servicio de una verdadera y libre propiedad productiva acomodada al poder e iniciativa de los individuos liberados de ataduras? Pues lo impide una eclesialidad social y económica que ha desvirtuado a las masas como centro de poder y les ha prometido el paraíso a cambio de la creencia en el genio de la clase en el poder. Seguimos siendo eso que llamamos con reticencia creyentes, pero no en nosotros mismos.

Hoy el remedio de la situación trágica en que vive el mundo ha de ser un remedio para hoy que administren las llamadas Administraciones. Las Administraciones no poseen más derecho que el derecho de presente. El derecho de futuro pertenece a cada ser humano y constituye el sustrato esencial de su libertad y de su potencial de invención. Las Administraciones públicas están ahí para facilitar a las generaciones presentes una vida digna y justa. Una Administración que calcula sobre el porvenir subvierte su función al convertirla en una proyección de futuro, ya que es el ciudadano futuro el que ha de edificar la nueva Administración que le corresponda en su día. No es correcto transformar a la Administración en un ser vivo que se resguarde en el porvenir. Eso es cosa de los ciudadanos a los que corresponde hacer y deshacer Administraciones. De lo que se trata en definitiva es de lograr ¡hoy! lo que precisa la humanidad. Hic et nunc.

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